miércoles, 11 de diciembre de 2013

Cualquier cosa.


“Yo me apunto a cualquier cosa que te ayude pasar la noche, ya sea una oración, tranquilizantes o una botella de Jack Daniel’s.”


Lo dijo (quién lo iba a decir si no) míster Sinatra.

Pues hats off, Frank. Qué manera de clavarla. Porque de un tiempo a esta parte, cuando todo se descontrola, cuando los fines de semana zen se convierten en tours de force raveros, cuando a la última cerveza le siguen 6 millones, cuando los volantazos se suceden, el objetivo es básicamente ese, pasar la noche. Y en estos casos el atrezzo termina siendo lo de menos.

Las oraciones, una vez más, tienden a llevar banda sonora. Y cambiar de Lori Meyers a Extremoduro, con lo grave que viene siendo, resulta el menor de los desvíos. De repente, sin previo aviso, una noche a eso de las 10 de la mañana, aparece un texto que aniquila a los demás. Las tres temporadas del cuentito de la agente y el terrorista poco a poco se van esfumando. Y las luces en la calle ya están encendidas y en el mercado, al mediodía, aguantando una bendita barra de aluminio, descubrimos que falta gente.

Y de los tranquilizantes ya ni hablamos. 

Una vez, sin tener ni puta idea de lo que se avecinaba, dijimos que moriríamos en las trincheras. Qué queréis que os diga, estábamos inspirados. Y qué ilusos éramos, o lo que es lo mismo: cuánta razón teníamos. El título de la película, en fin, está servido, y ojalá estuviera el mismo Frank para protagonizarla. ¿Es que no lo oís? Suenan flashes y alguien, a lo lejos, tira ya una alfombra roja.

Una vez, jugando a decir animaladas, dijimos que íbamos a morir en las malditas trincheras. Y allí germinó el bestseller, para asombro de héroes y villanos. El título, iba diciendo, está servido.

‘Cuando fuimos visionarios.’

lunes, 18 de noviembre de 2013

Granada para Marc.

Ay.
Ay Granada.

La ciudad que más marimorenas ha visto armadas. Y no me refiero a la Historia con mayúsculas y a sus turbulencias (que también), sino al cóctel molotov que suele armarse entre dos animalicos después de millones de cañas, caña tapas, copazos y demás. O si no que le pregunten al Niño de la Almendra. O a alguno de los dos melenas molones que tuvieron la fortuna (¿el infortunio?) de vivirlas un día conmigo en modo partenaire. Y –cómo no- a miss Square.

Porque Granada resucita a los muertos, y eso es así. Y en ella se pueden agotar todas las vidas de los gatos e incluso alguna más. Como prueba, una breve ruta sujeta a lo que aún da de sí la memoria, aunque si lo recuerdas es que no estuviste, lo cual es una sentencia muy grande y muy adecuada para hablar del lugar más bonito del sur del mundo. 

Granada es infinita. Es el Darro y son los Tristes, es las berenjenas con miel –y esto es muy serio, porque son Dios- de Casa Julio (desde 1947), es el Mirador de San Nicolás, es el -benditas 2 cenas- Huerto de Juan Ranas (callejón de la Atarazana Vieja 6, y sí, tiene pérdida).

Granada es el  Candela, el rollito del chiringo en el Sacromonte y sus 200.000 quintos a la hora, el Peatón y la Percha y el Ruido Rosa y el Amador. Granada es –piel de gallina- Morente y también es J y es aquella maldita noche sabinera y son aquel par de idiotas. Granada es el Realejo y la Tana y la Pajuana y cada una de las tropecientas cuestas que suben al Albaicín, especialmente las que esconden patiecitos inhumanos.


Granada es coger un coche para subir a la Alpujarra. Es conducir cantando. Es los pollúos y es los líquenes. Es Semana Santa sobre todo pero también es invierno y es otoño. Es los cármenes, la calle Elvira, el pescado directo de Motril, los naranjos disfrazados de manzanos y el vino que nunca, pero nunca, vino solo.

Cómo no la vamos a adorar. Si es Granada son las seis de la mañana, y es seguimos para bingo, y es piononos, increíbles levantás y jugar con el destino.

Granada es la magia de la Alhambra y las Alhambras. Que se dice pronto.

Es el puto ‘no hay en la vida nada’. 
Y es probable que no, no haya en la vida nada.

Ay.
Ay Granada.

lunes, 11 de noviembre de 2013

¿Dónde iremos a parar?

Pocas veces un concierto fue tan moñas y tan cafre.
Pocas veces una noche fue tan dos por uno, special promotions s.a.
Pocas veces dieron tanto de sí un violinista, un chucho exquisito llamado Samuel, un par de entradas y otro par de invitaciones, una harmónica, un melenas, un final.
Pocas veces la cerveza cumplió tan bien su función, aunque fuera -a quién vamos a engañar a estas alturas- en cantidades animales y con la inestimable colaboración de unos tragos de Jack Daniels.
Pocas veces acordarse de Dylan fue más bonito, y hablar de kamikazes, partidos Dallas-Memphis y días libres más real.
Pocas veces las chicas fueron tan magníficas y el salitre nos puso la carne del alma tan –pero tan- de gallina.
Pocas veces hubo un backstage tan tremendo y tal cantidad de flashbacks de eso y también de todo lo demás.
Pocas veces mereció tanto la pena una afonía con resaca.
Y en fin. Muy poquitas veces una delantera fue tan borrachera y tan tan mítica. 
¿Nos lo perdonarán?

jueves, 24 de octubre de 2013

#rightnow



lunes, 14 de octubre de 2013

Inmóvil.


Estaba yo el otro día pintándome las uñas a brochazos, que viene siendo mi tercer o cuarto deporte favorito y un día derivará en llevar estucados venecianos en las manos (al tiempo), cuando el random más macabro nunca visto hizo sonar una canción que no había escuchado en, por lo menos, 6 o 7 años.

Casi me revienta el corazón ahí mismo.

Y era tan cerrada la nueche, solu col pensamientu, que no hubo forma de evitar el viaje en el tiempo. Sentí, de nuevo, el aturdimiento que traían consigo los afters con vinilos en casa de Tarzán, y también esa punzada de orgullo que da amar algo que la mayoría de gente no conoce, ni falta que hace.

Y aún vestida y sin decoro, con la memoria causando desperfectos a su paso, el salto al vacío tornó inevitable. Y hubo que recuperar unas cuantas historias que llevaban demasiado tiempo a tres o cuatro metros bajo tierra.

Me refiero a joyitas como Hablando de Marlén, la más absoluta sordidez hecha canción. Una canción que apareció, precisamente, el verano en que le pusimos la cartela de the end a Madrid y que casi toca volar seis mil kilómetros con el corazón en un puño. Al final ya se sabe: pase lo que pase nada importa. A menos que uno viva con amor y absurdidad en una canción de Nacho.

O al Discurso de Eva, que hay que tenerlos bien puestos para escribir tan duro, con tanta rabia. Cuánto más si eres una tipa y vives en Cuba. No ha aparecido desde entonces nada remotamente parecido, ni versos tan metralleta ni nadie que los lea como los oímos entonces, boquiabiertos.

O a los famosos tomas y dacas, que los camareros de este país aún siguen anonadados del par de personitas especiales que fuimos un día. Bebiendo en silencio bolígrafo en mano, dispuestos a ganar siempre, ni que fuera en la prórroga por goleada. Porque pudimos perderlo todo, pero no la épica, y todos aquellos dibujitos fueron solo una de las pruebas.

O a la maldita noche en la feria, que fue para habernos matado pero a la que no solo tocó sobrevivir sino hacerlo por la puerta grande, volviendo una y otra vez como Sísifo por si el milagro volvía a ocurrir, de puro milagro. Si existen resacas maravillosas, tienen que ser muy similares a la de la mañana siguiente de esa primera vez en la feria, que todavía alguna vez sale la sonrisa idiota.

O al segundo jueves consecutivo, con el que adviertes que, horror, ya casi se te ha olvidado. Porque no sabrías decir de qué hablasteis, ni cómo cogisteis el taxi ni qué pasó por la mañana. Esas cosas que en un momento dado te ponían el corazón tan de gallina y que ya no te lo ponen ahora.

A todo esto se ha hecho muy tarde, y ves cuánto ha llovido y también cómo. Y te das cuenta que hace muchísimo tiempo que no chillas en plena calle, y que apenas lloras, y que en cambio las resacas te dejan bastante más jodida y que, maldita sea, cada vez se alejan más todas estas cosas. 

Piensas que hay que ponerlas por escrito con carácter de urgencia, antes de que se borren del todo. Que la nueche sigue cerrada y que no es mal momento para empezar. Que total, estas uñas ya no hay quien las arregle. Y que más vale que le des, porque tienes mucha tela por delante.

Y el ruido al teclear rompe el silencio.

lunes, 16 de septiembre de 2013

5 tipos de personas que merecen (todos) mis respetos.

1. Cualquiera que escriba bien. Que sepa poner una coma en su sitio, construir un discurso, plantear un símil, traer bien una anécdota. No sé si alguien ha llegado a demostrar que escribir bien significa pensar bien, pero para mí es un sí rotundo. Solo esto puede explicar fenómenos como que Nacho Vegas me parezca el tipo más atractivo sobre la faz de la tierra o, aún más delirante, la simpatía que he sentido siempre por Marías. Es más: si hay algún modo de enamorarse a primera vista, tiene que ser precisamente a través de la vista, esto es: leyendo. Si además el escritor en cuestión tiene algo de chuletilla y se maneja bien con la ironía y el cinismo, las posibilidades, directamente, se multiplican.

2. Las personas que se dejan llevar, creyendo ciegamente en el derecho a la embriaguez, y que luego son capaces de soportar la madre de todas las resacas con dignidad y estoicismo, que es como se libran las peores batallas. Hay que desterrar la contención, a poder ser apretando los dientes y pidiendo otra caña, y esto debería estar tallado sobre una tabla cual undécimo mandamiento. Hay que preocuparse menos por las horas que dormimos, hay que rozar (un poquito) el ridículo, hay que salir al ruedo. Sobre todo cuando la alternativa a todo esto es precisamente lo contrario. Porque la moderación suena más a invento católico que a pedal de delay. Y al final, se vive peligrosamente o no se vive; y si hay que pisar cristales, y parece que hay que pisarlos, es mejor que sean siempre de Bohemia.

3. Los que van solos al cine. Porque eh, para ver una peli no es necesario nada, y mucho menos nadie. Y porque me recuerdan que es algo que debería hacer (mucho, muchísimo) más a menudo. Porque al final es tan sencillo como coger un libro, y es que ni siquiera hace falta llevar zapatos caros o ser valiente. Como mucho lo que hace falta es salir a la calle y ser un poco molón, y precisamente a algo así me venía refiriendo.

4. Los fanáticos del fútbol, y especialmente los que recuerdan con facilidad las más mínimas historias sobre partidos, futbolistas y demás atrezzo alrededor del césped y te las sueltan con una media sonrisa cuando menos te lo esperas. Los que creen que Messi, efectivamente, no puede ser más que un maldito perro, y los que los días de partido se levantan más contentos, y se niegan a ver el fútbol en casa y si se juega una final se lanzan al chupitogol como quien salta al mar desde un barco varado en una cala perdida. Los que escriben sobre fútbol ya son de otro mundo, de otra liga, que -dicho sea de paso- se debe de parecer más a la de los hombres extraordinarios que a la de los galácticos repeinados.

5. Las personas que no escriben bien, son abstemias, aburridas y desprecian el fútbol y sin embargo son discretas, leales, generosas, incapaces de juzgar o de ser crueles (que no mordaces). Las que llegadas a un determinado momento y a un determinado lugar cierran la boca y cierran filas y se comprometen por algo o alguien en quien creen. Las que saben que las mentiras deberían siempre parecer mentira. Las que se arremangan y lo dan todo y luego se hacen la manicura. Las que se la juegan y se la pegan y se levantan. Las que entienden que algunas cosas no tienen cura.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Y septiembre.


A septiembre se lo coge por los cuernos o no se lo coge, porque es cabrón, despiadado, traidor. Septiembre es básicamente celebrar mucho la vuelta del futbol (que no la del cole; hola, Neymar) y beber lo bastante como para olvidar que anochece cuando menos te lo esperas y que pasarán muchos meses hasta que vuelvan los road trips, el salitre y el sol.

Septiembre es pensar un poco menos en ti porque, y no sé si alegrarme o no, no llegamos a vivir ninguno juntos. Es seguir devorando libros sin piedad, por más que cueste tanto levantarse al día siguiente. Son las cenas de bienvenida a todos los que van aterrizando en la ciudad. Y es también engañar al alma poniéndose una prenda más de ropa cada vez, una y sólo una, como disimulando, para que el día que tengamos que llevar jersey no nos tiremos por la ventana de la pena.

Septiembre es para los valientes. Para los que piensan eh, será divertido, y no será igual y viajar a morir de frío también vale y pasear por ferias navideñas de ciudades desconocidas es bonito y si la cosa se pone fea siempre quedará pensar que como todo el mundo sabe, los rusos los primeros, los cócteles de alcohol e hipotermia siempre han sido certeros, infalibles.

Septiembre es un regalo que aún conservo, una canción recién llegada, el recuerdo de un olor en una playa. Es buscar una cabaña en Villacarriedo o el Empordá por si hay que ponerse serios. Es largarse a Madrid en tren para escapar. Hacer un poco el tonto por aquello de no cejar. Es campañas, baloncesto, nostalgia de zamburiñas, es más vino, es más Camba, es la lluvia, el gallo rojo y los conciertos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Madriz para Manu.

1. Chueca y Malasaña
Si yo llegara a Madrid y fuera a alojarme en el Catalán, nada más pisar el cielo tiraría el equipaje por la borda y me iría corriendo a tomar una caña al Stop (en la misma calle Hortaleza, un poco más abajo). O dos, o incluso tres, porque ahí tiran la cerveza de la única forma en que debería ser tirada.

Luego volvería a subir y callejearía por Malasaña. Entraría en la librería Pantha Rhei, en calle Hernán Cortés, y seguiría tomando cañas en La Ida, en calle La Palma y también en la bodega La Ardosa, que está justo al lado, y donde las raciones no son muy baratas pero sí muy buenas. Placearía, llegaría hasta el Dos de Mayo y si fuera hora de cenar picaría algo por ahí o quizás me acercaría a Casa Julio (en calle Madera), por sus míticas croquetas. Eso o bajaría a los garitos de la calle Pez, donde habría parada obligada en el famosísimo Palentino para la caña de rigor en la barra de aluminio. Las copas ahí valen 2 duros: es auténtishen a morir. Para caña, ¿eh? Comer ahí igual no cal, pero hay muchos en la misma calle para ello.

Pues eso. Solucionado el tema de la cena, llegaría el de las copas. Y probablemente recorrería los garitos míticos de la movida, como el Penta, hasta que fuera la hora de ir al Nasti (¿o lo han cerrado?) o al Siroco. Y perdería la noción del tiempo pero no demasiado, porque llegados a un punto me teletransportaría al Tony 2 (en Chueca, calle Almirante, walking distance desde Malasaña sin problemas), por aquello de que al lugar donde has sido feliz sí debieras tratar de volver. Es un piano bar con sofás de terciopelo que cierra cuando amanece: el antro de los sueños de cualquiera.

(Inciso: cuenta la leyenda que por Malasaña, cerca de Bilbao, hay otro antro que abre toda la noche y donde hay que ir a comer a las 4 de la mañana. Concretamente unos spaghetti que resulta que son inhumanos. Se ve que también se montan jams y que Quique González y los mendas de Pereza son asiduos. Se llama Lady Pepa. Yo no he estado pero tarde o temprano estaré.)

2. Centro: Huertas, barrio de las Letras, Antón Martín.
Despertarse en el Catalán y desayunar en el Mama Inés es todo uno. Cumplido el trámite hay que bajar Hortaleza, cruzar Gran Vía y tirar para Sol. De ahí a la plaza Santa Ana. Y como ya será la hora de la caña, dirigirse al Bar Quevedo (en calle Quevedo, yo vivía en el número 3, qué lugar tan hermosísimo) para alucinar con sus enormes tapas gratis o a La Piola, en calle León, porque es agradable y bonito.

De ahí hay dos opciones. Una: coger Huertas y seguir cañeando en La Dolores y en Los Gatos y acabar comiendo en el Maceiras, un gallego bueno y barato. Dos: llegar a Antón Martín y coger la calle Santa Isabel a la izquierda para cañear también y picar algo en cualquiera de sus garitos molones y acabar tomando un café en la plaza donde está el Reina Sofía. Entrar al Reina Sofía, incluso, aunque el Thyssen suele tener muy buenas expos también. Ambas alternativas, en cualquier caso, son correctas.

3. Lavapiés, Tirso, La Latina.
En Lavapiés, además de personajes de todo tipo y calaña y ciclos de cine al aire libre y expos y tal, hay 3 o 4 sitios míticos:
El Café Barbieri (casi en la Plaza Lavapiés), que no puede ser más bonito.
Las Bodegas Alfaro, en calle Ave María, bastante arriba, donde el camarero se llama Manuel y es amigo y tira unas cañas de escándalo y tiene una little terracita. Para mí, imprescindible.
El Melos, que está en Ave María pero más abajo y hacen lo que llaman ‘zapatillas’: tostas de lacón con queso de tetilla capaces de alimentar a elefantes obesos.
La calle Argumosa, con garitos como el Económico y el Automático y la mayor concentración de terrazas de la zona. Hay que cañear/comer/cenar por ahí también.

Ay, Tirso. En Relatores número 2 vive Sabina. Y en la calle paralela está la Casa de Granada, que es un bareto que está en el octavo piso de un edificio y tiene mesas en la terraza. Hay que subir en ascensor y tomarse algo contemplando los vistoplones.

Y la Latina. Mamma mía. Place to be el domingo al mediodía. Todos los garitos de la Cava Baja son buenos para cañas. En el Juana la Loca hay que comer uno de los mejores pinchos de tortilla de la city. En El Almendro, huevos rotos. En el Delic (en una plaza muy chula) mojitos. Para cenar sentado y tranquilo (y pelín más pijo) a mí me encanta el Matritum, en Cava Alta. Y etcétera, porque en La Latina es difícil equivocarse.

4. Varietés: Conde Duque, Ópera, Tribeca y más.
Conde Duque es el CCCB madrileño, y siempre hay algo que ver. En el barrio hay muchos garitos molones y tiendas modernas y sitios auténticos y alguna terracita escondida. Vaya, que bien merece un paseo.

Yo siempre digo que la luz de Madrid es inhumana. Bien, pues las puestas de sol en la Plaza de Oriente (y el templo de Debod) son tremendas. Esto está en el barrio de Ópera (o Madrid de los Austrias), que es realmente bonito. Siempre pienso que lo he pateado demasiado poco. Cerca está el Mercado de San Miguel, que está medio de moda, para comer en cualquiera de sus puestecillos. Como todo lo que está de moda no es especialmente barato, supongo.

Next. Por encima de Gran vía, casi en Callao, está una zona a la que llaman el Tribeca Madrileño. Se ve que hay ambientazo, muchos sitios que están bien, tiendecillas… #PostureoMadrid, imagino, porque esto es posterior a mi época. Sí que sé que hay un buen lugar para gintonics: se llama Jose Alfredo.

Otra cosa. Cerca del Catalán, en Chueca, en la calle de la Reina, paralela a Gran Vía por encima, hay dos lugares muy grandes (que no baratos, pero eh, he dicho grandes). Por un lado el Del Diego, una coctelería más que pro. Y por el otro mi prefe, el Cock, que es la trastienda del Chicote, donde se reunían los toreros con sus amiguitas y aún se puede ver a Javier Marías y demás intelectuales de la city. Ya verás: parece de otra época. Será porque es de otra época.

La librería Tipos Infames abrió hace un par de años y además de vender libros, sirven vinos. Yo tengo muchas muchas ganas de ir.

Y terminando. Si en algún momento la resaca os vence y hay que buscar un lugar donde caerse muerto, yo iría al Retiro. Eso o a la Filmoteca (aka Cine Doré), que es el cine más preciosísimo que has visto en tu vida, nada que ver con la de Barna. Tiene hasta bareto barato y está al ladito del mercado de Antón Martín.

Ah, se me olvidó contarte. Que además de lo que tienes por ahí escrito yo salía por el Elástico y el Ocho y medio y que hubo noches antológicas. Me temo que ahora están cerrados. Tendrás que informarte o dejarte llevar, que al fin y al cabo es lo único que puedes hacer en los Madriles. Eso y contener el aliento.

Anyway, enjoy. Te va a costar muchísimo, estoy segura ;)

lunes, 29 de julio de 2013

29 momentos para un cumpleaños gitano.

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1. El drama gitano empieza con la comida de verano del curro. Y con una caña, que es como empiezan todas las cosas que molan. Y esto es así, peñita.

2. ¿Que qué hay de comer? Paella, obvious. Porque las comparaciones son odiosas y esto apunta maneras.

3. La primera tarde se esfuma en lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks y desemboca en el famoso chiringo de las 8.000 cervezas, a birra por publicista más o menos. Por alguna extraña razón no solo no salimos de ahí por patas sino que montamos un campamento base que ni en el mismo Everest.

4. Los tickets se multiplican y las ideas absurdas también, hasta que llega la debacle: es casi medianoche y aquí hay que liarla pero bien. Así que dan las 12 y –oh, Dios- estamos metidos en el mar para rubor propio (y extra de rubor ajeno).

5. Si lo hacemos tontos míos hagámoslo como es debido, y después del baño cae por su propio peso un estupendo copazo. Luego, por obra del mismo espíritu santo, llegamos a casa. 

6. Así que amanece el viernes, que no es poco, y es 19 de julio. Son las 8 y eh, qué cosas, tenemos resaca. Así que a dos por hora nos duchamos, nos vestimos y llegamos al curro donde, más que currar, la compartimos, la resaca.

7. Con tres neuronas disponibles –ni una más-, se va trazando el nuevo y ambicioso plan: bocata de colesterol y champán para todos.

8. Champán para todos en mano, juramos que hoy no la liamos ni de broma, que mañana hay que estar bien como sea, que tal, que cual. Con una seriedad que asusta al miedo.

9. Corte a las 11 de la noche y seguimos en la calle y solo han caído 7 u 8 cervezas y 3 o 4 gintonics, trago arriba trago abajo. Coherencia ante todo.

10. Pero vieiras y navajas mediante, salimos de ahí. De la única manera de la que se puede salir de estas cosas, que es corriendo. Por mucho que parezcamos medio cojos.

11. La vida, no obstante, puede ser maravillosa y llega el sábado, y, haciendo gala de un savoir faire animal, la mitad del comando abre un ojo a las 7 de la mañana. Con la que nos espera: más almas de cántaro imposible.

12. Y claro, pronto empieza el desfile. Bienvenidos todos y bienvenidas las tropecientas botellas de vino, y los boquerones, y las birras a cholón, y el pastel y la ginebra, y el basset hound y los melones.

13. Del primer baño al aperitivo median 20 latas de cerveza y de ahí a echar el agua al arroz 30 o 40 más. Esto según la policía. Los organizadores cuentan más de 200.

14. Es el momento de la histeria, del coñazo, del baile ritual, del chupinazo; y se demuestra (tras años de arduas investigaciones) que el punto del arroz es algo inalcanzable.

15. Pero hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual. Toca soplar velas y comer carrot cake y abrir regalitos tremendérrimos y... Muy duro todo. Durísimo.

16. En estas llega al mundo un bicho llamado MeLOL. Más feo no se puede, la criatura. Más buenísimo de la muerte, tampoco. De frankfurts en modo botox e ingredientes secretos ni hablamos.

17. En cuanto a Mickey Melon, solo espero que no os lo encontréis por un callejón en plena noche.

18. Y lo digo muy en serio.

19. A la final de la champions melonera solo puede seguirle algo igual de grande, y por partida doble. Con el número 1: bailar Rihanna. Con el 2, y en empate técnico: el famoso hundir la flota a chupitazos. Menudo in-ven-to.

20. Atención, comités de la UEFA, la FIFA y compañía: ¿trampas, nosotros? ¿dopaje? Já.

21. Aquí es cuando se para la historia y se abre un paréntesis para comentar la expedición a por tabaco que rozó el filo de lo imposible. Del polo norte al polo sur no había un cigarrillo sobre la faz de la tierra y la cosa se prolongó horas. El documental, próximamente en sus pantallas.

22. Mientras tanto, la operación kikis or nothing (ergo ‘salgamos de aquí un rato como sea’) se pone en marcha. Kikis guays, especiales, vegetales con bacon… ¡Eh, qué pasa, es mi kiki y lo pido como quiero! O sea, vegetal con bacon. Y otra ronda de carajillos.

23. A todo esto volvemos a casa con 3 toneladas de hielo, que hemos conseguido de una forma nada turbia. E inmediatamente suena el teléfono. ¿Está Jamiroquai? Que se ponga.

24. La fiesta continúa por todo lo alto. O sea: por todo lo bajo. Con Curt y los cigalas en el escenario principal desafinando es poco. Benditos sean.

25. No, seriously: si no entramos en una espiral de violaciones al cantante, fue de puro milagro.

26. A todo esto, la fiesta torna en after. Con su reglamentaria sesión mítica y las reservas de ginebra y ron y cerveza desplomándose en la bolsa. El caos en los mercados no pudo ser más evidente; en el salón de casa, tampoco.

27. Pero siempre –siempre- hay una última reserva de fuerzas, y en este caso se destinó a algo trascendentalísimo: dormir con nanas a Jean Pierre, que ahora mismo está en un diván contándole a su terapeuta lo fuertes que somos.
Nanas, decía. De Nacho Vegas en do subterráneo, que no es poco.

28. Así, como quien no quiere la cosa, se hace el domingo, que trae croissants y tortícolis y fuets y más piscina bajo el brazo. De aquí no se larga ni Dios y si Mahoma no va al Espinaler, el Espinaler va a la montaña… o pedimos pollos. Y la siesta es recontrabonita y recogemos los restos del naufragio mientras todo apunta a que año tras año el tour de force se corrige y se aumenta que es un milagro.

29. Ahí quedan los planchazos, los resacones, los tocados y los hundidos, los boquerones. El baño furtivo, el licor café, el siestón y las expediciones. Por no hablar del puf precioso, el musicón y el vídeo como prueba atroz de lo mal que vivimos –y más en verano.
Al final. Poco queda por decir. Un lío bastante bonito. 20 o 30 animalicos. 4 días inhumanos. Y cumplir, sobreviviendo, 29 años.

lunes, 22 de julio de 2013

Lo dice Bukowski, no yo.

¿Así que quieres ser escritor?
Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.


A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.

Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
ó clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.

Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.

Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.

Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.

A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.

A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.

No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.

(Y por una vez, y sin que sirva de precedente, un anuncio merece la pena.) 

martes, 16 de julio de 2013

Rock&roll

Por si a todo esto le faltaba rock&roll, llegó una gastroenteritis. 

De ahí al Betty Ford, como no podía ser de otra forma, mediaron un par de días de curro infernal y algunos litros de suero fisiológico.

Los últimos meses se aparecían como fotogramas en una moviola enloquecida: el desayuno after primavera, la barbacoa en modo Rihanna, los recién llegados, las despedidas, el domingo por bulerías, las horas extras tras el Cruïlla, el jueves de baretos de arrabal por la Verneda, las petacas, las paellas que tornan sardinadas, la canción sonando en bucle, la que hubo que parar, las campañas rebeldes, las insumisas, los mejillones, las terrazas, Rodríguez, el Sónar, el japonés. 

El modo random más activado que nunca y sin cables rojos por cortar. En el horizonte, un remolino. Una espiral. Algo suicida, salvaje, animal.

Así que hubo que temer por la vida de la artista, buscando un freno de mano regio, amplísimo, a estrenar. Las pistas de aterrizaje colapsadas. La niebla invadiéndolo todo. Las reservas de batería en reserva, sindiós ni batería. 

El único tratamiento posible era de choque. Sin autos, claro. Pero sí con libros, toneladas de zanahorias, películas, memoria, una piscina.

El resultado, a falta de biopsia en forma de cumpleaños gitano, parece satisfactorio. Por lo demás, seguiremos informando. Doblegados, quizás, pero informando.

lunes, 17 de junio de 2013

Domingo.

Es domingo por la mañana, y he tenido resacas más legendarias que ésta, seguro. Por un tema de probabilidades o porque me las he trabajado más y mejor. Porque hubo algún animalico en mi vida que se empeñaba en que le siguiera al ritmo, como si no me sacara palmo y medio y casi 30 kilos. Que sí: he tenido resacas más bestias que ésta, seguro.

Sólo que ahora mismo soy incapaz de recordarlas.

Ayer anduvimos en el Sónar y si no he perdido a 30 amigos camareros haciendo expolios en sus barras no he perdido ninguno, pienso mientras hago un recuento parcial de neuronas muertas y enterradas. No sé si en Roma se perdió más, por cierto. Tengo muy, pero que muy serias dudas en estos momentos.

Pero están ellas en casa así que no tengo más remedio que fingir tenerme en pie y encender la cafetera. Les preparo hasta unas tostadas, para que no se diga.

O para que, de morir justo ahora, se diga que al menos me curré un desayuno tremendo para mis colegas, lo que me parece una manera bastante heroica de palmarla.

Y como ya tengo el modo héroe puesto, decido que no sólo sobrevivo a esta sino que me voy a ver a mi señora madre, porque el fin de semana que viene estoy fuera y me será físicamente imposible. Con lo contenta que se pondrá ella (¿de verme así? ¿really?). Y porque ¿qué son 30 kilómetros para un viejo tigre, eh? ¿Qué son 30 kilómetros de nada?

Pues toda mi moral y yo salimos de casa y descubrimos que 30 kilómetros son muchas cosas. Son un sol infernal que ha tardado meses en comparecer y ha tenido que salir justo ahora, hoy, para dejarme al borde de la lipotimia y más allá. Son un tren atestado de domingueros que parecen compinchados para que no lea el periódico de ninguna de las maneras. Son alguien que toca un acordeón en un momento en que a mí me parece que ayer oí toda la música que me tocaba para el resto de mi vida. Son todo esto y unas ciento cincuenta incomodidades más que se multiplican en el trayecto de vuelta, porque en éste los domingueros huelen peor, si cabe.

Lo de la comida es mejor obviarlo. También he gastado toda la dignidad que me quedaba hasta la jubilación, por lo menos. El saldo, de hecho, empieza a ser negativo.

Para entonces, como cada semana, he jurado no acercarme nunca más a nada que lleve ni un miligramo de alcohol.

Y me lo repito como un mantra mientras me dirijo al bareto donde he quedado para ver (en un estupendo proyector y casi al aire libre) el partido de baloncesto.

Porque –maldición- hay baloncesto.

Y el partido, como no puede ser de otra forma, es decisivo. Así que cojo y una cosa lleva a la otra y del mantra me tiro de la moto y hago un pacto con el diablo. Si llegan al quinto partido, se acabó. Ni cerveza sin alcohol. Ni una copita de vino los viernes por la noche. Ni en Navidad. Si pasan, nada. Abstemia. Y al convento. Para siempre. De cabeza.

Al cuarto punto de Tomic me estoy acabando la primera cerveza.

Suplicando al diablo que no me tenga en cuenta los desvaríos, que son cosas de la resaca. Que el lunes empiezo. Que no he sido yo. Que ha sido sin querer. Y casi lo veo descojonarse, al tío. En el mismo infierno y doblado de la risa.

Pero como le debo haber caído bien (o por un tema de lástima directamente), resulta que pasan. Aunque Navarro se rompe, lo cual tiene categoría de tragedia griega. A todo esto va llegando el resto del personal, y nadie pide Trinas. Ni Aquarius. Ni Fantas. Por increíble que parezca.

Para el final del partido, ni rastro de resaca. Qué cosas, oye. Mano de santo.

Así que, como estamos tan felices de repente, empalmamos con el Italia-México y si no nos tragamos entero el España-Uruguay es porque Dios no quiere.

Y porque el bareto cierra.
Si no de qué.

Lo de todos los domingos, vaya.


lunes, 3 de junio de 2013

Últimamente.

1. La vuelta al templo donde lo ganamos todo, que no es como volver a casa en Navidad pero se le parece mucho. Que esa noche por casualidad estuviera puesta en la tele la final de Wembley, aquella que no recordamos porque se nos ocurrió la brillantérrima idea de quedar antes para comer una paella, por aquello de hacer la previa y como si hubiéramos nacido ayer y no supiéramos ya de lo que van las previas. La vuelta al templo, iba diciendo, y estar a punto de repetir la ristra de chupito-goles en modo retroactivo. Con toda la seriedad del mundo y como si fuera, porque en parte lo era, la mismísima primera vez que la veíamos.

2. El paseo infinito por Varsovia que duró cuatro días, bajo un sol que ni en Copacabana. Pasar del underground al hipster en cuestión de segundos. Tomar tropecientos tranvías con la mística que tienen los tranvías y más en una ciudad del este. Ponernos al día de todo, arreglar el mundo y hacerlo con la distinguida chapucería que nos ha caracterizado desde siempre. Coger algo tan típicamente español como es la sobremesa y llevarlo a las puertas de un bar polaco sentados sobre cajas de Coca-cola frente a un inmenso arco iris. Y a cervezas de las que se miden por litros, decalitros y hectolitros. Descubrir que las ciudades llenas de bosques son posibles, por mucho que este país se empeñe en demostrar lo contrario. Y todo sobreviviendo a dos trayectos en Ryanair, lo cual es sobrevivir muchísimo.

3. Una noche (de primavera y del Primavera) a las 10 de la mañana, en uno de los guiños sabineros que más gracia me ha hecho ever. Llegamos a Gracia después de un periplo que ni el mismísimo Ulises escenario arriba escenario abajo. Habíamos oído todo lo oíble, habíamos hasta bailado. Había sido legendario, y eso hubo que celebrarlo. Celebrarlo más, me refiero. Así que terminamos desayunando cerveza (¿qué si no?) y dando de bruces con el día de encierro postfestival más grande nunca visto, que hasta cayó algún chupito de licor café y nos tragamos Corina descojonados. Que hay que tener estómago y tragaderas. Respectivamente.

4. El domingo que vivimos peligrosamente, porque elegir un sábado o víspera de festivo ni se nos pasó por la cabeza. Fue cosa de un simple giro del destino, el que convirtió un cortado en un gintonic que a su vez, y a falta de panes y peces, cogió y se multiplicó, el muy canalla. La ceremonia religiosa se ofició con toda la parroquia prácticamente de rodillas, que es la única forma de oficiar estas cosas, dando gracias por no tener unos juegos de mantillas a mano. Lo de levantarse el lunes. Hoy. Hace un rato. Unas horas nada más. Ha sido. Directamente. Obra. Del mismo. Diablo.

martes, 21 de mayo de 2013

De festivales.

Me acuerdo de haber estado con ellas en el que fue su primer festival. Hará un par o tres de años. Me decían que las estaba desvirgando, las muy animales. También es verdad que para mí era algo así como el vigésimo cuarto.

Y por una vez no exagero.

El día anterior había descubierto los paparajotes y los caballitos y demás lindezas locales, que pasé a enseñarles con toda la didáctica de que fui capaz entre copa y copa en la (bendita) zona vip. Al año siguiente no se me ocurrió otra cosa que llevarme al partenaire más cafre de la historia. Eso sí: el tipo me aguantó las siete horas de tren de ida y las siete de vuelta, y sólo por eso merece un lugar en el cielo.

Antes de eso hubo otros momentos legendarios; después otros más. De todos los colores. Recuerdo ser prácticamente una adolescente y largarme al desierto en mi cumpleaños y también cuando conquistamos el Cabo de Gata y en algún momento del abordaje estuvimos bailando hasta que salió el sol. También que pisé Burgos una sola vez en mi vida, y que fue porque tocaba Nacho y porque por ahí andaba Enric con la banda. Qué jartá de poperos y qué precios de escándalo: ideales para volver de madrugada a Madrid conduciendo. Fue una visita relámpago y fue genial.

Muchas –muchísimas- veces jugué en casa. Y elegí campo y balón.

Con los años, me doy cuenta, he ido perdiendo fuelle. Al principio fue el Sónar, especialmente de noche. Mordor da menos miedo: quien haya estado asentirá con la cabeza, como si lo viera. Nunca tuve tanto éxito comprando tabaco como aquella vez en que delante, en la cola, se tambaleaban tres mendas con el ciego más ciego jamás registrado por la ciencia: imposible acertar con la moneda en la ranura, antes muertos. Que si no les ayudo ahí siguen, los muy piltrafas.

En una de aquellas volvimos a casa andando. Sí, un paseo de siete kilómetros a las ocho de la mañana no llegó a matarnos. Aunque ahora que lo pienso, no sé si lo deberían probar en sus casas. De cualquier forma, dormimos unas 17 horas del tirón, y el resacón alcanzó, como cada vez, cotas estratosféricas. Hay que decir en nuestro favor que pasar resacas en la casa de Tetuán era incluso bonito.

Luego apareció él, y el primer choque de trenes enamorados llegó en el Summercase, que en paz descanse. Unan música y besos y atardeceres del mes de junio: tienen el cóctel que van a estar echando de menos para siempre. Qui n’ha begut en tindrà set. No avui; tota la vida. Recuerdo el momento mágico en que él iba a la barra y yo volvía de los baños y nos cruzamos en mitad de un escenario momentáneamente vacío; sin mediar palabra y mirándonos en todo momento nos tiramos uno encima del otro y alguien hizo la famosa foto que ya no veremos nunca. Recuerdo estar con un par de amigos con los que cafreamos como era habitual y con los que no he vuelto a cafrear desde entonces. Recuerdo encontrar un taxi de milagro para volver a casa, a retozar como si no lleváramos 14 horas saltando, lo cual tiene un mérito importante.

Al año siguiente estuvimos en el Primavera Sound, casi todo el tiempo en modo mano a mano idílico. Para entonces ya éramos unos másters en acompasar noches etílicas con más noches etílicas. El sábado de madrugada montamos una tangana que ni en una final de Copa. Andaba Tarzán de por medio, y la cosa se saldó con un viaje de 30 kilómetros en taxi en unas condiciones lamentables. Aún así, no puedo decir que estuviera mal del todo.

El triplete histórico se ventiló en Benicássim, con la única tienda de campaña donde he dormido en la vida como invitada especial. Fuimos a levantar un cadáver, y lo hicimos de la forma más bonita que se me ocurre incluso ahora: con Cohen y Morente a la banda sonora. No sé si volvería a hacerlo. Ya he dicho muchas veces que ser adicta al veneno tiene más de una contraindicación. Si lo que quieren es vivir cien años no vivan como vivo yo, y lo que es más serio todavía: no se les ocurra salir a bailar valses vieneses.

Luego no digan que no les avisé.

Aquí se cierra uno de los capítulos y sin más dilación se abre el siguiente. Este otro incluye un Sónar de día donde reapareció el mítico Tarzán y que acabó (¿es que quedaba alguna duda?) a las mil quinientas. Y el siguiente Primavera, que nos dejó en un ko técnico ideal para ver al Barça ganar una Champions en lo que fue una memorable sobremesa, previa paella con un remoto efecto paliativo. Sólo lo pudieron arreglar los chupitos-gol que cayeron durante la tarde maratoniana. La pobre meta aún no ha sido capaz de contarlo.

Luego volamos para pasar aquellas 48 horas míticas en Gijón. Era verano, llegaba septiembre. En la playa de San Lorenzo nunca vieron un uniforme tan mediterráneo para un clima tan norteño. Pero la sidra, que todo lo puede, amortiguó la hipotermia y la historia terminó como terminan estas cosas: en un bareto de Cimadevilla que no cerraba ni para Dios rodeadas de la santísima trinidad a la que seguimos rezando hoy. You know what I mean.

Y ay. De nuevo el Primavera. El año pasado. Teléfono en mano en los trayectos entre el escenario X y el escenario Y (unos mil kilómetros: dos trenes no se cruzarían en la vida) estableciendo conferencias con Granada en el clásico momento vital en que el alma se nos iba por una más de esas llamadas. Palmando el viernes en el trabajo porque el jueves –as usual- se nos había ido de las manos. Y palmando de nuevo el domingo para bajar a un Arc de Triomf donde Nacho cantaba y nosotros nos mojábamos. Tan alegremente. La visita previa al festival fue la bomba y la siguiente también, y esas semanas estuvieron marcadas por el ‘Tú, misionero de Dios’ que justo anda sonando de fondo mientras escribo esto y que en directo fue un rayo de luz que deslumbró a la mismísima primavera.

En fin. Hasta aquí llega este recuento parcial e incompleto, cuyo crono se volverá a activar en cosa de un par de días. Ojalá la progresión siga este ritmo. Y ojalá nos crucemos en alguna de las barras. Ya andamos calentando, porque un to be continued nunca tuvo más sentido.