martes, 18 de febrero de 2014

Por cuánto tiempo.


Qué complicado es a veces.

Lo peor de los aludes de campañas es la forma en que te dejan exhausta, rendida, incapaz de poner una palabra más por escrito, por mucho que haya momentos que lo merezcan y que –eso no puedes negarlo- deberían pasar a la historia por la puerta más grande posible. Lo peor de llegar a casa tarde y hecha polvo es que a ratos se te olvida ponerte la enésima cerveza y escribirle que sí, que sigues en pie, que efectivamente te la estás tomando y que mientras haya fuerzas para eso nada ni nadie podrá hundirte. Ni siquiera el enésimo guion absurdo; otro despropósito repetido.

La sorpresa de la temporada otoño invierno casi primavera la dio un pueblito perdido y si me apuras hasta un poco feo, en un fin de semana de frío polar de cuyas noches no sé si quiero acordarme. Bueno, una de las sorpresas. La otra fue el penúltimo volantazo de la canción de las noches perdidas, que ya tiene mérito jugar tan a malabares con la imperturbabilidad y la coherencia, por no decir con fuego. Todo sin manos y casi casi ya sin dientes, que las ambulancias andan aparcadas debajo de casa por aquello de no ir haciendo viajes. Trataba de decir. Que en un punto indeterminado entre Albacete, Alicante y Murcia descubrimos que después de tanto –tantísimo- tiempo aún se nos da bien salir a jugar mano a mano, que hay ruedos que se nos siguen quedando pequeños y que –joder- todavía somos capaces de hacerlo y de hacerlo bonito.

Y ay, las despedidas. Qué animal que la vida sea una sucesión inevitable de. O de ganas de. Qué horrible que exista la posibilidad incluso de acostumbrarse a. Por lo demás, las cosas van más o menos bien, lo cual es bastante. Aunque el día de hoy sea especialmente desapacible. El alud parece que pasó pero no pondría la mano en el fuego por que no ande al acecho el siguiente. Los rincones, no obstante, aún pueden ser exquisitos y por ahora y de momento no me he cansado de soñar. Vuelve, y es un milagro, la bendita champions, y con ella los -benditos, benditísimos- chupitogoles. Y ese nombre en la pantalla todavía me hace sonreír, aunque a estas alturas de la movida ya no sepa por cuánto más tiempo. Es que ni siquiera soy capaz de dilucidar si me pone un poco triste o justamente lo contrario, por no hablar de la infinita escala de grises.

Socorro auxilio: qué complicado es a veces.