Qué complicado es a
veces.
Lo peor de los aludes de
campañas es la forma en que te dejan exhausta, rendida, incapaz de poner una
palabra más por escrito, por mucho que haya momentos que lo merezcan y que –eso
no puedes negarlo- deberían pasar a la historia por la puerta más grande
posible. Lo peor de llegar a casa tarde y hecha polvo es que a ratos se te
olvida ponerte la enésima cerveza y escribirle que sí, que sigues en pie, que
efectivamente te la estás tomando y que mientras haya fuerzas para eso nada ni
nadie podrá hundirte. Ni siquiera el enésimo guion absurdo; otro despropósito
repetido.
La sorpresa de la
temporada otoño invierno casi primavera la dio un pueblito perdido y si me
apuras hasta un poco feo, en un fin de semana de frío polar de cuyas noches no
sé si quiero acordarme. Bueno, una de las sorpresas. La otra fue el penúltimo
volantazo de la canción de las noches perdidas, que ya tiene mérito jugar tan a
malabares con la imperturbabilidad y la coherencia, por no decir con fuego.
Todo sin manos y casi casi ya sin dientes, que las ambulancias andan aparcadas
debajo de casa por aquello de no ir haciendo viajes. Trataba de decir. Que en
un punto indeterminado entre Albacete, Alicante y Murcia descubrimos que
después de tanto –tantísimo- tiempo aún se nos da bien salir a jugar mano a mano,
que hay ruedos que se nos siguen quedando pequeños y que –joder- todavía somos
capaces de hacerlo y de hacerlo bonito.
Y ay, las despedidas.
Qué animal que la vida sea una sucesión inevitable de. O de ganas de. Qué
horrible que exista la posibilidad incluso de acostumbrarse a. Por lo demás,
las cosas van más o menos bien, lo cual es bastante. Aunque el día de hoy sea especialmente desapacible. El alud parece que pasó pero no pondría la mano en
el fuego por que no ande al acecho el siguiente. Los rincones, no obstante, aún
pueden ser exquisitos y por ahora y de momento no me he cansado de soñar. Vuelve, y es un milagro, la bendita champions, y con ella los -benditos, benditísimos- chupitogoles. Y ese
nombre en la pantalla todavía me hace sonreír, aunque a estas alturas de la
movida ya no sepa por cuánto más tiempo. Es que ni siquiera soy capaz de dilucidar si me pone un poco triste o justamente lo contrario, por no hablar de la infinita escala de grises.
Socorro auxilio:
qué complicado es a veces.