Cuando van mal dadas hay
muy poquitas soluciones. Lo cual no significa que no haya ninguna. Gracias a
Dios. Porque, cuando las cosas no ocurren como uno quisiera, uno siempre puede
maldecir, patalear, coger rabietas imposibles, blasfemar y erigirse como el santo
marqués del numerito. Ejerciendo un derecho irrenunciable, dicho sea de paso.
O lo que es lo mismo:
puede abrir un documento nuevo y poner su drama por escrito.
Es algo que calma
bastante.
No sé si era Sabina
quien decía que de la felicidad (¿la estabilidad?) difícilmente salen grandes
canciones. Lo que realmente es fértil es estar jodido, y de ahí que haya que
coger y aprovecharlo, no vaya a ser que una vez capeado el temporal vuelva la
alegría y se instale en su vida para siempre y ya no haya quien lo siente a
escribir dos frases seguidas nunca más. Con la consiguiente e irrecuperable pérdida para la
literatura universal. Los claroscuros, las montañas rusas, el ni contigo ni sin
ti, los desbarajustes… son a todas luces mucho más interesantes que los
remansos de paz.
Por no decir
devastadores.
Whatever. Digo que van mal dadas,
y que éste, entonces, es un momento perfecto para despotricar. De la industria,
donde rara vez mandan los buenos. De la cultura de club esta trágica, que nos
hace ambiciosos; que hace que necesitemos siempre un poquito más de dinero, de
visibilidad o de poder. De la persona en concreto a quien se le ocurrió
levantar el maldito teléfono. De quien fue y le escuchó. De todos sus muertos.
De todos los muertos.
Pero del maravilloso
arte del despotrique –como de absolutamente todo- también se cansa uno. Que por
algo tiene el famoso doctorado en insatisfacción eterna, maligna e incurable.
Llega, pues, el momento de pasar página. Porque si algo sabe a estas alturas es
que cuando van mal dadas y uno ya se ha encabronado lo suficiente, sólo hay una
forma de proceder: seguir adelante. Ni que sea por probar. Por si de estas, de
casualidad, va y se hace más fuerte. Por si en algún bar al que no ha entrado
todavía (que alguno debe haber) suenan nuevos valsecitos. Por si se cruza
con otro de esos libros fulminantes. Por si aparece, de milagro, otra
estrellita. Por si, contra toda lógica, resucita.
O porque lo de avanzar
bajo el mismo sol ardiente, con los dientes apretados, también tiene su rollo.
La adicción al veneno, revisitada.
Once again. Como no podía ser de otra manera.