martes, 28 de julio de 2015

Agosto tarda.

Agosto tarda. Los días se convierten en montañas rusas desbocadas mientras intentas sacar adelante proyectos que a menudo se embarrancan. En algunos crees a muerte; en otros te esfuerzas en creer, y lo haces como si te fuera la misma vida; el resto los llevas a cabo con la fe bajo mínimos, que es lo más parecido a la fe que conoces.

Dura dos años ya este invierno, y parece que cruzarás la maldita meta de rodillas. Por suerte, al otro lado, hay cosas como aquellos baños de madrugada en Ciudadela, abrazada a un tipo que entonces te quería un poquito y aún lo hace. O como el road trip siciliano –mueve la cintura, mulatón, donde quiera que estés: muévela siempre-. O como los litros de rakia que nos ventilamos noche sí, noche también, en algún lugar del sur de Croacia y que con un poco de suerte nos volveremos a ventilar en cuestión de días. O como llegar conduciendo a Las Vegas y tener que cerrar los ojos porque la muy cabrona, en modo rey sol, nos deslumbraba.

Al otro lado hay cosas como tratar de leer un alfabeto absurdo en Creta o uno directamente imposible allá en Marrakech. Hay un montón de canciones, bastantes de las cuales llegan a dar vergüenza, por no decir miedo, aunque otras lo hayan sobrevivido todo, lo hayan descalabrado todo.

Al otro lado hay algún sueño, que como todos amenaza con quebrarse al despertar. Se parece al de las noches sardas, al de las puestas de sol ticas, a bailar en un pueblo canario cuyo perfil se va desvaneciendo. Se parece a una noche en el Palmar, a que amanezca en Cadaqués y no hayamos bebido apenas y a un challenge yanqui que casi nos mata. Como si no supiéramos que, parece mentira, siempre vivimos. Por más que sigamos tropezando. Por mucho que agosto tarde.