lunes, 19 de mayo de 2014

recuerdo.

recuerdo el asombro de la primera mañana, rozando el delirio y la catatonia, todo aliñado con un resacón de muerte.

recuerdo fustigarme sin piedad después.

recuerdo, a los pocos días, tener la imagen de una mano agarrando otra sobre las sábanas.
recuerdo estar pensando que nunca me llegaré a acostumbrar a mis propias uñas pintadas.

recuerdo el miedo de ver que se descubría el pastel justo en el peor momento y recuerdo, esa noche, a mis amigos llorar de la risa mientras les contaba la historia.
recuerdo no saber si unirme a ellos de uno u otro modo.

recuerdo una mañana en que oí 'buenos días' diecisiete veces.
recuerdo que el gag me hacía reír.

recuerdo cambiar decenas -cientos- de dólares por decenas -cientos- de pensamientos.
recuerdo no haber sacado nunca nada en claro.

recuerdo siete -doce, veinte- charlas técnicas postpartido y también cómo me llegaban a crispar la mismita alma.
recuerdo haber pensado "idiota, neurótico, piltrafa: maldito seas".
y también recuerdo, aunque preferiría haberlo olvidado, el numerito que vino después.

recuerdo las 3 (¿o al final fueron 4?) inmensas preguntas.
recuerdo las medias respuestas, y toda la épica del mundo dentro de una pantalla de chat.

recuerdo una fiesta animal, justo antes de una noche en llamas.
recuerdo haber dicho que ya no me apetecía hablar más y también el silencio que siguió detrás.
recuerdo unas piernas separando las mías, recuerdo tener que respirar hondo, recuerdo nítido y borroso y acompasado y feroz. sobre todo feroz.

recuerdo más de un café a las 9 de la mañana, intentando -precisamente- recordar la enésima conversación a deshora.
recuerdo que jamás lo pude pagar.

recuerdo tener frío y casi inmediatamente dejarlo de tener.
recuerdo estar bailando con lobos, con leones, calamares y chinchillas.

recuerdo el día del descalabro y casi dinamitarlo todo después. recuerdo dudar y callar.

recuerdo hace un mes y pico.
un par de semanas.
el otro día.

y recuerdo anoche. el momento exacto. en que vi. por fin. que hemos tenido suerte. que ha sido de locos. y ha sido tremendo. y que llegados hasta aquí. ya está bien así.

recuerdo. que después. me vi sonreír.


viernes, 16 de mayo de 2014

Cinco. Cinco palabras, y en ellas todo.

Te levantas y algo que lees te hace recordar tu mantra, al que vuelves una y otra vez, porque lo llevas oyendo desde que tienes uso de razón y esas cinco palabras se han llegado a convertir ni más ni menos que en tus propios mandamientos. Solo cinco palabras, que son lo más importante –de lejos- que él te dio nunca y que probablemente nunca te dará. Lo que sabes que tienes que cumplir a rajatabla, pase lo que pase, por difícil que parezca. Y ya no ahora; sino mucho antes de saber qué significaban exactamente. Porque el sentido lo han ido adquiriendo a posteriori, a medida que la vida te ha ido enfrentando a ellas de una en una o en conjunto.

Así que vuelves a ellas otra vez –y ya van… - porque además de un mantra son tu refugio, la tabla de salvación en mitad del naufragio, un contrafuerte cuando tiemblan los cimientos, el hospital de campaña de los párpados hechos metralla, un código deontológico y una declaración de principios. El puto chaleco antibalas de tu vida. 

En cinco palabras.

Dulce, para que suavizando la voz y enchufando una dosis de cariño a cualquier cosa puedas hacer sentir mejor a cualquiera, e inmediatamente también a ti misma. Incluso cuando parece imposible. Dulce como las canciones medio susurradas, como las patas de gallo que tienen cuando te miran como te miran. Para que el mundo sea un poquito menos heavy metal, y para lidiar con los animales heridos que te vas encontrando en la calle. Con las criaturas salvajes de Capote. La dulzura como un querer por encima de tus posibilidades: una especie de locura de la que, sin embargo, no te arrepientes nunca.

Tierna, y eso raramente lo puedes controlar, pero te da la medida de las cosas cuando ni tú misma eres capaz de asimilarla. Porque cuando alguien despierta eso en ti –y es algo que no ocurre tantas veces- es que se ha ganado un lugar en algún punto ahí en mitad del esternón. Y porque aun cuando las cosas no salen bien, es un matiz capaz de cambiarlo todo. De sostenerlo todo. Porque es algo que el personal suele agradecer y todavía más: algo que suele recordar. Y porque la ternura –es que la propia palabra es bonita, la muy puta- está demasiado ligada a la empatía y a las mañanas después del desastre y a las catástrofes naturales. Como para dejarla de lado, me refiero.

Feliz, porque al final –y no es la primera vez que lo escribes- la mitad de las cosas es la actitud con que las enfrentas. Porque –ojo obviedad- para serlo hay que querer serlo, incluso atreverse a serlo. Y porque aunque parezca inalcanzable, eso que la gente llama felicidad podría esconderse en una canción, o en el cristal de algunos vasos o qué sé yo, en las estaciones de tren o entre las tapas de un libro que ruge. Porque a veces es una persona que una tarde cualquiera te dinamita los esquemas, por mucho que después todo se vaya al carajo. Porque casi siempre hay algo feliz a pesar de todo y tienes –recuerdas, te repites, insistes- que esforzarte en verlo.

Valiente, y aquí debe estar el quid de la cuestión, de muchas de las cuestiones. Porque sí, hay que arriesgar sin plantearse demasiado la magnitud del hostión, por no decir de la tragedia. Porque a ratos toca apretar los dientes y dar un paso al frente. Porque arrepentirse de no haberlo intentado nunca fue una opción. Para decir que sí a lo que quieres y no a lo que sabes que no quieres. Porque una cosa es perder y la otra no haber ni salido al campo. Y esto ni siquiera es planteable. Por aquello de que no hay nada más bonito que una maldita remontada.

Y velocista, claro. Y aquí es donde entran la explosión y la potencia y la intensidad y también la garra. Para estar atenta a la próxima zancada y a la vez no perder de vista la meta. Porque –también lo decía él- se juega como se entrena. Y porque la vida en tercera no merece la pena. Demasiados acantilados por ver, demasiados cristos que librar. Aquí es cuando tienes que sentir la sangre bullir y no olvidar que tienes hambre y que tienes sed y que hay gente que no merece las cosas a medias y que si hay que darse, que sea entera. Porque solo hay una -una- oportunidad y no serás tú quien la desperdicie.

Cinco.
Cinco palabras, y en ellas todo.

Así que hoy, que subirte a un maldito ascensor te ha costado dios y ayuda, tenías que recordarlas. Que recordártelas. Para coger aire. 
Para que sigan ahí tatuadas,
y que las balas solo pasen rozando, 
o desviadas.