1. La historia arranca a
las 7 de la mañana, de meeting point en el airport, últimos 6 pitis del tirón a
pulmón y una de cal y otra de arena. Casi 9 horas de vuelo plácido con sus
birritas y sus pelis y 6 más de corrientes infernales y ahí te pudras, escala tremenda
mediante. Festival del pasaporte y performance a cargo de unos peaches
disfrazados de apples prohibidas. Han pasado 20 horas y llegamos: not bad,
peñita.
2. Empieza la Dodge
story. Conducir por San Francisco de noche no es un problema si llevas un GPS
humano. Cenar a las 22h sí es un problema, pero al final cae la primera de
sushi con beers. Dormir 5 horas es directamente misión imposible, y obviously no lo
conseguimos.
3. De ahí al Fisherman’s
Wharf a dar los buenos días a los leones marinos y a desayunar como los
cerditos yankees que somos. Y paseamos por el downtown y por Chinatown hasta
que damos de bruces con la siesta más jarta del mundo. Pero a grandes jet lags,
wings radioactivas y el gogó más gayer nunca visto.
4. Kerouac mola. Nunca
hay suficiente vino. Ni suficientes picnics. Qué maravilla de Whole Foods y qué
bonito el día en Sonoma. Sesión de fotos bucólica y doble cata mortal para
terminar en el famoso pollo del hueso de pollo. Si hay que beber sangría se
bebe. Si resulta que los negros no son simpáticos, pues será que no lo son. By
the way, primera ronda de chupitos con los amigos anfitriones.
5. Dormies mig agafada
al meu braç… hasta que te dio el jamacuco. Trankimazín por vena (mano de santo)
y carretera y top manta a Yosemite. Defiéndete de los osos como puedas y
primero de los mil ‘visto, molt bonic’ del viaje. Odisea en Bishop para
conseguir motel con cenita molona y pasillo del resplandor incluído. Y, a falta
de bowling, seguimos para bingo.
6. El Death Valley es
para palmarla, pero lo es más el pueblo fantasma camino a Las Vegas.
Mentira: para palmarla es Las Vegas. Cenando en el Bellaggio y jugando a la
ruleta aún más.
7. Día molón de laundry
y piscina y barbacoa, y teniendo berberechos y carnaca quién quiere ensalada
chunga. Aquí hemos venido a barrer… y a intentar casarnos. La despedida de
soltera express no tuvo precio y el drive thru de vuelta a casa no tuvo nombre.
Ojo, comer bikinis dormido es el nuevo deporte olímpico y tenemos medalla de
oro.
8. All you can drink?
Challenge accepted. Con la inestimable colaboración de Elizabeth y de Rod
Steward y de Jägermeister. Spanish girls know how to party, claro. Hasta que caen en picado… en
una estupenda limusina. Cámaras de seguridad, moquetas manchadas, tumbos varios...
En fin, lo que pasa en Las Vegas... por poco nos mata.
9. Pero amanece que no
es poco y seguimos vivos y es un milagro. Vomitando por dentro con toda la dignidad del mundo, eso sí. Así
llegamos al díner más molón del globo y al cañón más espectacular del globo,
puesta de sol incluída. Lo del alemán y las nubes y el atracón de patatas
chungas no pudo estar más a la altura.
10. De aquí a jugarnos
la vida en un teleférico en Palm Springs y a comer en el Far West medió el
desierto de Arizona: interminable es poco. Menuda área de descanso, menuda
comida de luxe en la gasolinera Love. Y una bonita tarde llegamos a San Diego
dispuestos a dejarnos los zapatos y también el hígado. Tremendo día mundial del copazo
y la langosta, por no hablar del sector fumeta y el batallón de colegas
invita-a-chupitos. Que conste en acta: Líbido, ten points. Y los demás felices: uno menos en el
zulo.
11. Trabajandoooo, en
equiiiiipoooo, llegamos a Mordor, digoooo Venice. Por un lado la barbacoa, la
rambla de las estrellitas y la mierda de casa de Paris. Por el otro la hip hop
party, el antísonar y el Chateau Marmont. Así, all together: la esquizofrenia está
servida y el peregrinaje por toda la city para llegar a casa de noche también. L.A.
era una fiesta. #graciasnacho.
12. Foooto, foooto, foooto! Del
subidón Transformers a las vistacas Griffith, y de ahí más millas marinas al
norte. A descubrir que Dinamarca está en California y que hay restaurantes chinos
con mil estrellas michelín y también panchitos que se la pegan de la emoción
cuando beben con molonas españolas. Lo más de lo más.
13. Y los días pasan y el
frío es polar en la costa de California y hay más puestas de sol y más vino en
Morro Bay. Cantar la bamba y –no sé qué es peor- bailarla. Pegarse el hostiazo
del siglo. Sentirse crazy y elegir la carretera que no toca. Y recorrer las mil
curvas de Big Sur para llegar a Pijo-by the sea y luego a Santa Cruz, donde ya
se sabe: a falta de sexo, rollercoasters. Por no hablar del chapuzón en modo
revolcón animal en el Pacífico. Mediterráneamente? Nos partimos.
14. Por increíble que
parezca, el círculo se cierra y volvemos a San Francisco, donde más que
souvenirs pillamos beers. Y Chianti y más mini-copitas y un estupendo hotelaco
y el día más largo del mundo, que termina en un fabuloso párking y de ahí
embarcamos a Philadelphia y a casita. Y al the end no le siguen los dos puntos suspensivos.
15. Ahí quedan los 20
días, las 3.000 millas, los 200 tetris y las 1.000 performances, las burgers y
los temazos, los cincuenta outfitters y el trillón de fotos, los tropecientos
turnos de ducha y los mil sofás-cama, por no hablar de los cafés en modo
mascota o del coche directo a la basura.
Ahora sabemos que los
pasillos de los moteles son el mejor after, que las birras se miden en
pitchers, que la depilación láser se sale, que hay un mamachicho entre nosotros,
que la gravy es espesita y que un road trip en modo six-pack puede ser una
locura pero también la monda. Y todo without pickles, con el viento al pelo y sin despeinarnos: that’s the way I like it.
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