Joder. Hoy –justo hoy- va
y se aparece el tema. El único de Bunbury que puedo soportar (es más, es que lo adoro) y probablemente el único que
podré soportar por los siglos de los siglos. Todo lo demás, esa voz, esa pose…
me sabe mal decirlo, pero no son para mí. Y mira que lo hemos intentado.
Se aparece, decía, y
tiene los santos cojones de hacerlo justo como la otra vez. En verano.
Así que una vez más,
como un resorte, la bailarina en la caja de música se pone a dar vueltas, entre
narcotizada y enloquecida.
Dale: inténtala parar.
Dale: inténtala parar.
Y mientras te esfuerzas,
permite que te invite a una última caña. Yo me levanto y la pido. Ya sabes: no
importa que tengas algo mejor que hacer…
Cógela, da un trago. Y permite
que te diga que ha sido duro. Que hubo días en que más que duro era imposible. Que
probablemente me voy a acordar siempre. Que hubo mucho polvo por morder. Que
nadie lo llegó a merecer.
Permite que te diga que
hice lo que pude. Que no había un plan, que no supe más. Que la mayor parte del
tiempo ni yo me entendía. Que nunca creí en las conciencias tranquilas.
Permite que te cuente
que di diecinueve bandazos y me pegué unas quinientas hostias. Que he dormido
poco y he bebido mucho. Que además de poco, cuando escribo lo hago mal.
Aun así, permite que te
dedique la última línea. Que te vuelva menos loco. No importa lo que pienses
ahora… Pero sí, si te dejas, vendrán otros vals.
Y al final, quiero verte
de nuevo contento. Como mi bailarina imparable, sigue dando vueltas. Con todas tus fuerzas. Vamos,
valiente: aguanta de pie.