jueves, 18 de diciembre de 2014

Esto es lo que hay.

Esto es lo que hay y esto es lo que debes saber.

Que me asaltan los momentos,
de repente y a traición.
Que desatan en mí punzadas de orgullo.
Que a la vez me rompen,
en inmensos fogonazos,
el mismo corazón.
Ese que un día hiciste tuyo.
Que luego reconstruí a pedazos
a lo largo de mil madrugadas
a base de sangre, sudor y tabaco.

Esto es lo que hay y esto es lo que voy a temer.

Que claro que no se me olvida
y tampoco sé dejarlo ir.
Me refiero al descontrol,
al cepillo de dientes aquél,
al triple salto mortal
tan contigo y tan sin ti.
Siempre en pie y tan derruida.
Capeando el vértigo así,
jugando a ser un orfebre
en mitad de una enorme estampida.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cómo contarte.

A ver cómo te cuento yo ahora que, con todo lo que di la vara de pequeña, ahí sentada a tu lado en el coche, ahora me encantan José Alfredo y Battiato. A ver qué hago para que sepas que las olas de San Lorenzo, de alguna forma, también viven un poco en mí. Que cuando me veo a mí misma en un coche huyendo siempre es hacia el norte, y que alrededor siempre hay vaques, puertos diminutos y baretos peligrosamente parecidos a los de –al lugar donde has sido feliz sí debieras tratar de volver- Cimadevilla.

A ver qué hago yo para explicarte que mis grandes dispendios siguen siendo en librerías porque tú me lo enseñaste y que ya no me caes mal por sentarte a la mesa con una novela, sino que ahora más bien te envidio. Qué hago para que sepas que mi educación sentimental fueron esos cinco adjetivos inspirados y posesivos con los que sigo lidiando ahora, aunque a ratos me cueste tanto verme en ellos.

Cómo hago para contarte que ya no te guardo rencor por perderme a propósito en Eurodisney, para ver cómo me espabilaba –maldito, solo tenía siete años- mientras tú me observabas a una prudencial distancia. Que lo de las matrículas me ha hecho como soy, y parecerá una tontería pero yo no puedo estar más convencida. Que las cartulinas rojas y blancas están cerca de ser lo mejor que me ha pasado en la vida.

Cómo te digo que con el tiempo llegué a saber lo poco importante que era caerse si sabías levantarte de inmediato, que la clave estaba en mirar al cielo remando hacia la orilla y que cuantos menos lobos siempre es mejor, por mucho que haya crecido y ya no sea Caperucita.

Cómo te hago entender que yo también me hubiera inventado a Tritón y a Tritonita y que ahora pillo por qué y cómo huías. Que si hay algo fundamental es el apoyo, porque en un momento crítico nada tiene el mismo valor, eso que es casi opuesto al precio. Cómo te agradezco tanto tiempo después que me llevaras a ver a Sabina a hombros y que vivieras como si no te tuviera que juzgar, para que precisamente haya acabado por no juzgarte.

A ver cómo te cuento que, con todo lo que llegué a palmar, ahora te entiendo.

martes, 25 de noviembre de 2014

Barcelona, a 25 de novembre.

És escoltar el Soldadet i veure’t la cara. O La tortura, tot i que sigui poc ortodox fer-ho públic ara i així (és que no tinc vergonya). En realitat el que veig ara mateix és una cua infinita de campanyes d’aquestes que a tu t’agraden tan poquet i per les que em criticaries una mica. I tan infinita és la cua que en comptes d’enfrontar-m’hi faig el que faries tu i, en un acte d’irresponsabilitat mig terapèutica, em poso a escriure’t.

Alguna estona busco Kathmandú al Google imatges i veig on pares. Dic que ho veig, però la veritat és que no ho assimilo: necessitaré que apareguis –tard o d’hora ho faràs- a explicar-me com és tot allò. Sense pressa i sense pausa, al ritme aquest que sempre ha estat tan teu i que ja és una mica el teu estil inconfusible (he hagut de buscar com era en català, t’ho pots creure? Aquest estat teu serà de savis absoluts o no serà, això està clar).

Deia que hauràs de donar el millor de tu per fer-nos entendre com és la teva vida allà. Tu, sempre atent a aquesta mena de perspectiva obliqua, poc convencional, que tenen les coses. Que tu -again- fas tan teva, omplint-la de sentit, i amb què aconsegueixes transmetre el que penses, el que necessites dir. Aquest cop hauràs d’esforçar-t’hi, de rebregar molt els subjectes i els predicats. Sé que no et costarà gaire.

De vegades, quan em poso nerviosa, penso en tu i em dic: ‘respira’. I m’esforço en veure tot plegat com ho veuries tu, recordant (perquè me la sé de memòria) la cadència amb què parles quan tot és un cristo i tu ens calmes. No està malament, penso de vegades, viure en aquesta mescla de tragèdia grega i estoïcisme espartà que tu has portat sempre tan bé. Igual quan passin tres o quatre segles m’hi acostumo i acabo aconseguint que m’aixequin una estàtua eqüestre d’aquelles que construïen per als emperadors romans i que tu estudiaves en aquell claustre tan bonic. Igual, en la mateixa línia de coses, un dia m'aixeco i deixo de fumar.

Parlant de construccions heroiques: alguna nit trobo a faltar els castells al menjador. I l’altre dia vaig anar al teu club, jo sola, i em va fer una mica de pena no haver de demanar una Voll Damm. També fa uns mesos que no començo cap sèrie amb ningú. Ja veus, tres tonteries que et poden donar una mica la mida de les coses. Com el gest d’esperar-me darrere de les portes: sé que entendràs what I mean.

En fi. S’acaba novembre i el termòmetre fora marca 16 graus. Ni rastre, a mil milles, de falciots. Recordes el dia de l’Alcoba, quan vigilàvem el carretó d’aquell home? En aquell moment, fumant a la terrassa, abrigada amb totes les teves llanes perquè em moria de fred, vaig pensar que arribava l’hivern. 

No ho sé, potser aquest any s’està esperant, com si fos un pirata anacrònic, o igual li ha donat per teixir i desteixir a veure si tornes. O potser acabaràs tenint raó i resulta que estem a les portes de l’apocalipsi. 

En aquest cas hauràs de plantejar-te comparèixer: ja saps, algú haurà de posar una mica d'ordre.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

A pesar de todo.


“Me dije, voy a ser extremadamente buena —y mereceré (atraeré) el amor— y procuraré la responsabilidad, la autoridad…”
Susan Sontag

Que incluso en los peores momentos haya un mínimo de esperanza que te mantenga más o menos vivo.
Que para eso existan, en todo, grietas: para que entren, ni que sea por un instante, débiles rayitos de luz.
Que a veces haya que saber parar, plantarse, y que en ese momento te sea absolutamente imposible verlo.
Que cometas el mismo error una y otra y otra vez, y la espiral infinita -la culpa- te mate.
Que habiendo pasado diez mil pantallas, siempre aparezcan nuevos monstruos.
Que te sientas incapaz de seguir luchando.
Que igual solo se trate de esperar a que por fin amanezca y la amargura despierte un poquito menos amarga (los monstruos, menos monstruos).
Que veas cómo gente cercana se va muriendo y eso no logre borrar de tu mente otras cosas, infinitamente más nimias.
Que la pena y el vacío sean siete veces más fuertes que tú.
Que el empeño, aun así, no te abandone más que por momentos.
Que pienses que se trata de ir sobreviviendo, de ser cada vez mejores supervivientes. Aunque sientas que ya has vivido mil años. 
Que tengas que esforzarte en recordar por qué has llegado hasta aquí; qué es lo que te hizo saltar al campo.
Si fue una madrugada, una frase, un gesto tímido y heroico.
Que haya tanto que aprender. Cada vez más en vez de menos. Que la magnitud del asunto te supere.
Que tengas que torear ejércitos de dudas, escuadrones de noches desesperadas. Incluso la mismísima tentación de salir huyendo.
Que ante la encrucijada te impongas una disciplina militar: la de ser cada vez más valiente, más seria. La de sonreír y hacer sonreír a quien está a tu lado. La de creer que se puede. Con una fe ciega. Como único secreto para que así sea.
Que a ratos salga mal, y que eso duela.

Y que a pesar de todo rendirse no valga la pena.

martes, 11 de noviembre de 2014

Más vale tarde (y más vale raja).

1. Estaremos de acuerdo en que esto no es un brief: es el mismito infierno, aunque no está claro que en el infierno haya heces y desde luego en este post las hay (y hala: la primera). Pero habrá que intentarlo. A ritmo de Beyoncé (vamos, play), que es como hay que intentar las cosas serias.

2. Podríamos empezar la historia con Makelele subido a un sidecar, pero sería un asunto más propio de Jane Austen. Así que empecemos mejor por una noche loca, aunque no sé si tanto como la mítica en Cerdeña en que I. se xxxx a un sardo. Que ahí estábamos todos menos Josmar, afinando casi tanto como la colega del Summertime y además finiquitando el summertime por todo lo alto, porque como todo el mundo sabe lo riu es vida y lo demás son tonterías, y si no dejad de leer ahora mismo y abrid Instagram, que será por fotones del Salt del Grill y compañía.

3. Total, que la paella fantasía merecía una previa a la altura, así que le dimos a las mazorcas, no fuera que nos quedáramos sin paluegos entre los dientes. Pa luego, me refiero. Por si después de un suculento plátano porni quedaba algo de hambre o para superar el famoso cáncer Albal. Jesús: letal es poco.

4. Y en estas que a alguien se le cortaba la respiración: no se sabe si porque andaba imaginándose a Coloma desnuda o un montón de pits pits pits són els meus amics. Los que ya habían obnubilado al pobre del tractor por la mañana en la piscina, que no hizo más idas y venidas en su puta vida, ante la atónita mirada de Jessica Fletcher disfrazada de oveja. Taaaan molona her… Que si Jean Paul no se casó con ella fue porque Dios no quiso.

5. ¿Qué íbamos a hacer el resto? Repartir papelitos y servir más ratafía. Normal que ahí saliera lo que no había salido en años, como el videoclip de Kylie o las nomenclaturas en modo patatona, que datan -era arriba, era abajo- de la de los dinosaurios. -¡En singular! - ¡Dinosaurio!

6. Así que, por supuesto, conquistamos Serrat y hasta Manhattan. Así, a lo loco, estando en La casa de la pradera. De forma nada turbia (¡dejad de pensar en fistfucking!) y con la inestimable ayuda de Hipólito (¿será un pájaro? ¿será un avión? ¿será un enano?)

7. Y al día siguiente, en fin. Había quien no se levantaba. ¿Debían estar nivelando el agua caliente de la ducha? ¿O era un caso de trempera matinera derivando en el clásico más vale raja que paja? ¿Eh, eh? Queremos aclaraciones. Sí, en plan tocapelotas. Menos mal que lo que acaba con una paella fantasía (bis), bien acaba. Sobre todo porque estoy hasta el coño ya y además Beyoncé (bis) ya ha dejado de cantar. ¿Cómo? ¿No queréis saber qué suena después?

Total, que prueba superada. ¿O qué creíais?
Carpe diem, peñita.

viernes, 31 de octubre de 2014

Levantarse y leer.

El otro día, a la decimoquinta caña, en ese estado ambiguo que da siempre la decimoquinta caña, hablábamos sobre si este ambicioso plan que consiste en sobrevivir tiene o no tiene truco.

Porque aquello era un sindiós. Había crisis descontroladas de pareja, búsquedas infructuosas de piso, cuadros de estrés laboral que harían palidecer a cualquier bróker, mudanzas infinitas, enamoramientos galopantes, depresiones por derrotas futbolísticas vergonzosas y demás dramas a cual más crítico que el anterior.

Eso: lo que viene a ser un sindiós.

Así que, ya medio borrachos, discutíamos cuál era el secreto para no palmar del susto ante tal alud de catástrofes. Como era de esperar, un 90% de los encuestados hablaba de darse al alcohol sin dudarlo. Hubo quien planteó emigrar de un día para otro, a lo loco. Alguien sacó el teléfono para llamar a un camello con carácter de urgencia. La mitad del equipo confesaba que si conseguía dormir era a base de química or nothing. Y mientras, algún desalmado aún se atrevía a apelar al gimnasio, el deporte… ante el abucheo generalizado.

Habíamos convertido el sindiós en el debate del estado de la nación. Así, sin inmutarnos.

Y ellos seguían discutiendo como si se acabara el mundo y yo callaba, intentando dilucidar cómo es posible que pese a la locura de los últimos meses siga aquí, vivita y coleando. Pasando el viernes por la mañana como si nada, con mi clásica resaca leve de viernes por la mañana, y encima contando cosas.

Cómo habré llegado hasta aquí, me decía. Qué has hecho, alma de cántaro, para mantenerte tan sorprendentemente en pie después de todo.

Y allá no paraban de llegar cañas y yo que seguía dándole vueltas. Y nada. Asombrada: ¿de verdad el secreto era nada? ¿Es posible que no hubiera secreto?

Al final, evidentemente, tuve que pedir un Jack Daniel’s. La frustración es un enemigo muy serio.

Tuve que esperar a despertarme al día siguiente para dar con mi propio Santo Grial, que como es natural había tenido todo el tiempo, casi todos los días de mi vida, delante de mis narices.

Porque no tiene más: levantarse y leer.

Fue como una revelación. Asumir que, si yo soy capaz de enfrentarme a cualquier cosa en esta vida, es porque todas las mañanas, sin excepción, de camino al trabajo, leo. Y los fines de semana, a veces en la cama, a veces con la primera caña, a veces en el tren, pues también leo.

Y solo así se entiende que sea capaz de vencer al monstruo del despertador, al frío polar de la ducha en invierno, al resacón maquiavélico en verano, a un par de brazos que a veces andan ahí y que no quiero soltar… Lidio con lo que sea, me convierto en un superhéroe que no ceja, con tal de poder leer. Se puede derrumbar el mundo entero a mi alrededor con tal de que yo, lo antes posible después de despertarme, lea. Quince minutos nada más. Que en realidad lo son todo.

Porque luego ya volveré a coger mi libro, por la tarde, o por la noche antes de acostarme, o un domingo entero en que parece que me voy a desintegrar como consecuencia de la liada padre que se nos ocurrió montar anoche. Pero no: el secreto está en las mañanas.

Y ese ratito en el metro con Marías (que ha estado conmigo estos últimos días), o con Salter, o con Williams, o con el último número de Jot Down o con quien sea, hace que yo coja aire para tirar millas como mínimo un día más -que se dice pronto. Por no hablar del listón que me coloco al empezar el día –y que no siempre funciona, pero eh, ahí está- para cuando un rato más tarde me toque escribir a mí.

Por fin, aliviada porque di con ello, puedo coger mi café y abrir –qué si no- mi libro. Ahora tendré que convocar a la tropa y sus diez mil cervezas a la hora -la que nos espera. Para contarles que, eureka, tengo la fórmula mágica. Y que una vez más, va de negro sobre blanco.

Cojo el móvil y, con media sonrisa, empiezo a escribir al grupo en cuestión.

Ánimo, runners.



martes, 7 de octubre de 2014

Hoy soñé que estaba en Madrid.

Hoy soñé que estaba en Madrid. Con la desubicación de los primeros días y a la vez con toda la ciudad –inmensa, inabarcable- por delante. Sintiéndome sola, por primera vez desarropada de todo el arsenal de gente que siempre había tenido al lado, pero de algún modo también libre. Había soltado mi vida anterior, dejado mi casa anterior, me había alejado de mi familia.

Así que ahí estaba yo: inquieta, muerta de miedo y libre.

Hoy, que han pasado muchos años, pienso que es posible que la libertad comporte eso: cierta inquietud un poco puta.

******************

Pero entonces era 2005, tenía a tres personas a las que ni siquiera podía llamar amigos y todo el tiempo del mundo. Tenía todo el tiempo del mundo y también todas las calles del mundo y todos los libros del mundo y todos los bares del mundo y todas las personas del mundo. Aun así, al principio llamaba a mi madre y le lloraba, porque no estaba acostumbrada a estar sola, sin nada que hacer, y las horas apenas pasaban, los días apenas corrían. Y yo, que nunca fui un prodigio de paciencia, lo llevaba de la única manera que lo podía llevar, o sea: mal.

Incluso tentada de abandonar, a ratos.

******************

Así que lo primero que me enseñó Madrid fue que en situaciones como esa lo único que vale es mantener la calma. Cuando no tienes nada o a nadie (o casi nada y a casi nadie), solo puedes confiar en el tiempo.

Me enseñó que en dos semanas no te adaptas a una situación –ojalá pudieras-, que más bien la vives con una desesperación y un espanto bastante importantes. Que precisamente por eso hay que aguantar un pelín, por si llega la tarde en que, milagro, descubres que estás a gusto y que por primera vez no te irías corriendo a tu casa.

Casi siempre -aunque entonces no lo veas- esa tarde llega.

******************

Por supuesto, el milagro terminó por ocurrir y todo lo nuevo y lo desconocido empezó a desbordarme cada vez menos. Y una noche esos gitanitos tan guapos cantaron para mí en Tirso y no pude por menos que sonreírles mucho, ante el cachondeo de la gente que pasaba por la calle y se percataba de la escena. Y fui no una, sino mil veces a la filmo, y alguna de esas películas me reconciliaba con ese desamparo mío y esa noche, por una vez, dormía algo más tranquila. Es posible que aún le lloriqueara a mi madre, pero le lloriqueaba cada vez menos.

Y vinieron Tamara y Miquel, y descubrí un par de cafés animales y tres o cuatro librerías y vi mucho Woody Allen y leí bastante a Lorca. Y algún sábado al mediodía me veía en El Corte Inglés comprando para una nueva fideuá con Nacho y Marta y más de un sábado por la noche salía del garito de turno sin saber dónde cojones estaba – benditos taxis. Y en estas aparecía Mónica, quedaba con JL, hablaba de teatro con Manuel. Iba a las clases de crítica literaria de Antonio, me largaba de viaje, recibía visitas inhumanas. Una noche nevó, y fue preciosa. Y otra conocí a David.

******************

Pasaron las semanas y poco a poco, y contra cualquiera de mis pronósticos iniciales, empecé a sentir que estaba donde quería estar. Seguro que hubo más de un rato de nostalgia o algún momento en que la tentación fue volver a casa, pero Madrid casi siempre se ocupó de demostrarme que el voto de confianza había valido la pena.

Tanto –tantísimo- que el día que tocó volver ya no quería. 

Que aun hoy la idea de la ciudad, de algunas calles, logra estremecerme por sí sola. Que –lo he escrito muchas, muchas veces- la luz al llegar la primavera no puede compararse con nada de lo que yo haya visto después.

En fin: me había calado hasta los huesos.

******************

Pero hoy soñé que estaba al principio de Madrid: desubicada, con mucho por delante y casi siempre sola.

Como tantas otras veces.

Por suerte, sé cómo acabó la historia. Cómo acaba la mayoría de las veces.

Y ha sido reconfortante saberlo.

jueves, 2 de octubre de 2014

Las canciones.

Decía.

Que todo esto, este vivir al límite, este perder los papeles, este estar tan desbordado, este morirse de sueño, de escalofríos o de risa, es soportable gracias a las canciones. Si no de qué.

Decía.

Que ahí están, y además parece que no hay forma de largarlas.
Benditas sean.
..................................

Eh, fenómeno celeste, yo tuve la oportunidad.
Ya sabes: querer lo que te hace daño, tío.
Que a ratos me escapo de puntillas
Por más que camine en círculos.
Yo, que algún rato maté por volver a arder.
Porque al final
Maldita dulzura mediante. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Tenía que ser hoy.

Tenía que ser hoy.

Hoy, que me he levantado tocada, porque desde hace unos días ando pensando demasiado en lo frágil que puede llegar a ser todo. En lo jodida que es la culpa, por irracional, por despiadada. En lo complicado que es sostenerse en pie mientras alrededor la murallita china se va derrumbando como un castillo de cartas.

Tenía que ser hoy, y tú -precisamente tú- tenías que estar ahí. Fumando en esa esquina. En un gesto tan tuyo que me ha costado una milésima de segundo reconocerte, aunque estuvieras de espaldas y mi miopía siga siendo de traca.

Y se ha detenido el aire, y el tiempo, y la gente que cruzaba la calle, y he pensado que estás igual, y cuando me has sonreído he visto que de verdad te alegrabas de verme. Y han sido cinco minutos, pero has tenido suficiente para darte cuenta de que algo andaba regular y yo te he dicho que ya te contaría. Y llevaba un par de años sin verte pero aun así me ha dado un poco de pena decirte adiós, porque siempre me dio un poco de pena decirte adiós y es probable que ya no se me quite nunca.

Y ahora, aunque no sé si pasarán dos años más, o precisamente por si pasan, me pregunto qué te voy a contar cuando nos sentemos con una cerveza. Si te hablaré de una borrachera animal de una noche de diciembre (parece que fue hace mil años), o de una tarde de reyes extraña, o de un millón de noes que se convertían en síes como si yo fuera una maga, o quizá siéndolo un poquito. Si te hablaré de leones, de chinchillas o lobitos.

Te tendré que explicar que hubo un jueves en el que todavía no puedo pensar sin que se me ponga la piel de gallina. Que llovía, y yo no tenía un buen día, y llevaba unos pelos del infierno y que es verdad que supe, dos segundos antes de que empezara a hablar, lo que el muy animal iba a decirme. Te contaré que de las mil reacciones posibles yo no pude elegir la mía y que a partir de ahí algo cambió dentro. Y añadiré que si aquella noche conseguí dormir fue gracias a un bourbon infinito, y que cuando abrí los ojos a las cinco de la mañana ya no los pude cerrar más, de puro asombro.

También te hablaré de una llamada de domingo, justo después de un vermut que se alargó un par de siglos, y también de un email cargado de explosivos que me mató como solo me mataban los tuyos. Y de los tres o cuatro pitis que se me atragantaron con las respectivas noticias que se sucedían, haciendo del panorama un descalabro cada vez más grande. Y cuando me mires, con los ojos como platos, te diré que sí: estamos vivos de milagro.

Y aún no habrás oído nada, porque te tendré que contar que hubo un par de posts que me paralizaron entonces y lo siguen haciendo ahora, porque estaban escritos para nosotros, y que te podría dar un concierto infinito con las canciones que viven conmigo en todo este pollo. Sé, además, que entenderás perfectamente lo que hace la música en estos casos, cómo estremece y cómo ya nunca dejará de hacerlo.

Y contendré el aliento, porque llegará el momento de hablarte de una noche preciosa al llegar el verano y no tendré palabras para que entiendas lo especial que fue y lo asustada que yo llegaba a estar, como si fuera la primera vez y porque en parte es que lo era. También te diré que luego me marché unos días y que me encantaban los momentos cuando, por fin sola, antes de dormirme, me asaltaban flashes que me hacían temblar, y que temblaba.

Entonces pediremos la siguiente, porque me costará seguir hablando porque a ratos ni siquiera me lo creo, y para coger aire te diré que cumplir 30 fue de locos. Que un poquito más y muero de amor. Que además estaban todos a mi lado. Que no me pude sentir mejor.

Y puede que, si me preguntas por las vacaciones, te cuente que lo pasé bien, y que andaba sonriéndole al teléfono como una imbécil. Te diré, porque no voy a engañarte, que también sufrí lo mío. Pero que pese a todo cada vez que uno de los dos volvía el otro andaba esperándole y que eran bonitas las noches juntos entre escala y escala y maleta y maleta y playazo y playazo. Que le echaba de menos y para mí era raro el sentimiento. Que siempre lo acabábamos arreglando a besos.

Llegará un momento en que no sabré qué más explicarte. Y eso que no habré mencionado el aeropuerto, ni el domingo precioso en el parque sin hacer nada especial y teniendo más que suficiente, ni el beso aquél en el metro ni el par de días en la montaña, tan muertos de amor y tan rotos de pena. Tampoco tendré tiempo de hablarte de mi nueva pulserita prefe, ni de cómo alucino algunos días al despertar ni tampoco de la bronca épica por teléfono, ni de las anacondas y las preciosidades que se han ido colando en esta historia. No sabré explicarte cómo pasa el tiempo a veces ni cómo, a pesar de todo, siempre está al lado.

Es verdad: me dejaré un millón de cosas. Pero tú habrás entendido perfectamente lo que está pasando, y además te sonará mi cara, y la forma en que sonrío mientras voy hablando, o cómo me sonrojo si me paso un poco recordando. Sabrás una centésima parte del cristo bendito que vivo pero sabrás, y eso no tendré que contártelo, de qué te hablo. Te habrá quedado más que claro.

Y para entonces ya se habrá hecho tarde y habrá que ir para casa. Y me apuesto lo que quieras, porque mira que ha llovido pero te conozco, a que no me dejarás pagar mis cañas. Saldremos del bar y ya en la acera te diré adiós, como hace un rato. Y al alejarme andando por la calle, después de la media sonrisa que habré tenido que forzar y que me saldrá mal, sentiré esa punzada de pena. 

Como hace un rato.

Y sin embargo.

domingo, 7 de septiembre de 2014

siempre una más.

¿sabes cuál creo que es el problema? vale, no hay uno, hay mil quinientos. pero ¿sabes cuál creo que es uno de los fundamentales? ¿igual no muy evidente, pero sí crucial?

que no te habías ni atrevido a soñarlo.

que te pudiera pasar a ti, que te pudiera pasar así. que te pudiera pasar otra vez. o tal vez con más intensidad que ninguna de las anteriores. que pudiera pasarte a este nivel de revoluciones y a una edad -ahora- en que ya sabes -vaya si lo sabes- de qué va todo esto a lo que llamamos vida. 


ahora que tienes, aunque a ratos tú no lo veas, algo vital: además de corazón, criterio.

pero también tienes un problema. que pensabas que estas historias eran patrimonio de otros, o de los libros, o del cine o vete tú a saber de qué o de quién. lo que está claro que ni se te había pasado por la cabeza que te pudiera tocar a ti. y eso -no me dirás que no- es muy triste. rematadamente, infinitamente triste.

porque joder. no es que no entrara en tus planes: es que no entraba en tus sueños.

así que aquí estoy yo, que ya te habré dicho diez millones de cosas -trillón arriba, trillón abajo- diciéndote todavía una más -esto es así: siempre una más.

maldita sea.
maldito seas.
anda: sueña.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Al abordaje.


1. Las cosas se hacen a lo loco o no se hacen. ¿Que el vuelo sale a las 9 de la noche? Pues ya si eso quedamos para comer y nos pegamos una sobremesa digna de El Padrino, mixinos y toneladas de hierro a la venta mediante. Estooo… #graciasFeli.

2. Ya se sabe: volar con Ryanair es ver pasar a los tropecientos en un segundo, con toda la épica que eso conlleva. Y luego viajar a la velocidad de Hertz –vértigo es poco-, para acabar teletransportándote a la crepería con más estrellas Michelín del planeta. Y en fin, ¿que no quieres copa? Pues toma 2 tazas. A esas horas, la corona de Miss Simpatía estaba más que reñida y perdíamos efectivos por momentos, así que tomamos la única decisión posible: anda y tira pa’ casa.

3. Levantarse y llegar a Stintino fue facile e divertente. Y la Pelosa, cómo no, estaba vacía y era paradisiaca. Así que, para celebrarlo, hubo que cenar pizza y mejillones y acabar bailando la Macarena en la wifi-verbena más tremenda del pueblo. Que luego afloraran el cachondeo y la claustrofobia en casa del Nonno (y sus puritos) fue lo de menos.

4. Y amanece y ya es domingo y el desayuno ha sido un sueño. Más reales fueron las cuestas de Castelsardo y el intento de robo de cuchillo, pericolosas es poco. Una de frutti di mare y otra de saltar olas y parece que llegamos a Porto Cervo –eso sí, multa mediante. El concierto en el chiringo no tuvo precio y lo de buscar aparcamiento no tuvo nombre. De la cena... mejor ni hablamos, pero del modo ‘le odio: me lo tiro’ sí. ¿Qué, reina? ¿En tu yate o en el mío?

5. Maraia: easy, easy, no. Yo no lo pienso pagar. ¿Pero qué mierda de enchufes son estos? Grande la performance matutina, con el recepcionista en la lona por knock out y tirando millas marinas a coger nuestro barquito deluxe dirección a las islas. La densidad de slips chungos por metro cuadrado desbordaba cualquier expectativa y el agua era cristalina y los bañadores rojos inhumanos. Trae otra ronda de Ichnusa, corre. Qué bonita nuestra roca y qué tremendo ser las suecas del percal. Desde aquí un saludo a Manolo y otro a Tarzán de la selva. Con cabezadita, claro.

6. De la merienda exprés a Cala Gonone hubo que jugarse el tipo de nuevo. He visto carreras de Nascar más seguras que el aterrizaje forzoso en la gasolinera y curvas menos crazys que aquellas, y también noches menos cerradas. Pero llegamos y al asunto le ponemos dos de mejillones (dos), un vinito y limoncello: por todo lo alto, oye.

7. Abróchense los cinturones, porque empieza la Scary Movie. Hola, Roberto; adiós, mundo cruel. Y dale gaaaaas… hasta que topas con la boya (¿la cortamos, no?) y te dejas los nervios, la cordura y los pulmones. El rescate a cargo del carrito del helao fue legendario, por no hablar de bañadores rojo y verde en el único segundo del día en que parecimos dignas. Enorme el momento barco Playboy: #muybienniñas.

8. Ah, que subir a la puta barca es imposible… Cabrona, quita de mi vista el salvavidas! Joder, que me mareo viva… Coño, que hay medusas! Aaaay, que estoy fatal! Pues venga, comemos! Y si eso dejamos la cubierta en modo tomatina a ver si nos atacan un millón de abejas y acabamos saltando por la borda… o estampadas en la borda. O con chopped en la borda: yeah.

9. Pero ánimo valientes y nos sobreponemos y nos largamos, dando unos 200 voltios para recuperar el famoso bote de crema náufrago. Que volvemos a anclar de cojones y hasta nadamos. Y parece que lo lograremos (JUAS) hasta que la puta chiave se va al carajo y empieza la segunda operación rescate, a hostión de menda por segundo y a barco guiri por minuto: que acabe esta maldita pesadilla.

10. Ya en tierra –lagrimita- la estrategia se desmorona (unas birras, ¿no o qué?) y por fin conseguimos llegar a la ducha y a la cena y al festival del chupito con flamenca y piripi como invitadas especiales. En cuanto al mar… vaya, que lo dejamos fino. Y en fin: que las cosas no son como empiezan sino como acaban y los favores van que vuelan y en la litera falta gente. Sí, sí: ten points again.

11. Es un miracolo, pero el comando Sor Yamaha sigue entero. Así que corre a la pequeña (y desértica) Tahití y consigue comer como puedas y… Paren máquinas, que la tarde ibicenca a base de cócteles y pool party nos la merecíamos. Aunque perdiéramos las bragas en el intento.

12. Buenos días, Alghero. Aquí hemos venido a hacernos la manicura y a comer tortilla de patatas. Y en la calita está EL hombre y el chiringo es la monda y las pizzas con ensalada molan lo justo y aún nos quedan fuerzas para bailar Enrique Iglesias (y enseñar una teta: ¡!) en el garito de turno by-the-sea: ole con ole con ole.

13. Y la historia toca a su fin y al último día hubo que ponerle playa y birritas y souvenirs y un atardecer inhumano y la muralla y la cenita y la última copa con musiquita. Y nosotras volamos de vuelta para acabar dando de bruces con el Papa, que nos espera con sus Baileys adulterados y sus negocios educativo-escandalosos y sus cuarenta recortadas. Pericoloso es poco: ¡vamos, corre, derrapa!

14. Ahí queda la ruta tremenda, nuestro coche rojo vacilón, los playazos desiertos y los selfies inhumanos. El ‘conozco un par de casos’, el ‘espera que me ducho’, las listas en modo cafre, los pibones y las epidemias de moratones. Por no hablar de lo bien que aparcamos en la selva, de Leoncito Benavente a la banda sonora o de las sobredosis animales de mejillones.
Ahora ya sabemos que los pueblos en esa isla están todos en Pernambuco, lo  que es pelearse por poner las toallas en la playa, que los turbantes hippiosos se salen y que las pasiones sardas también se salen. Sin olvidar que secarse el maldito pelo puede llegar a ser misión imposible, aunque no tanto como salir vivas de una Zodiac, o de los restaurantes aka. miradores. 
¿Eh, he puesto imposible? Calla: quise decir inolvidable.

jueves, 28 de agosto de 2014

Ya de vuelta.

Yo antes confiaba en las siestas. Las veía como algo plácido, inofensivo, casi naïf. Hasta aquella tarde, que se pareció peligrosamente a un duelo al sol, una batalla campal, un holocausto. Que reabrió la herida y por poco nos mata desangrados, otra vez con la ropa hecha jirones y los dos en la cuneta.

¿El resultado? Diez mil nuevas cicatrices.

Yo antes confiaba en las siestas. Valiente ingenua. Ahora les tengo un miedo atroz.

……………….

El otro día, a las 04:41 de la madrugada, en mitad de la ciudad silenciosa y dormida y envueltos en un ambiente cálido, de noche de verano, él me daba besos en la espalda y yo, boca abajo, con el pelo aún mojado de la última ducha… Yo, boca abajo, con la piel del alma de gallina… pues lloraba.

Lloraba porque no puede ser más rematadamente bonito ni tampoco más rematadamente difícil. Es así de puta. Lloraba, también, porque intuía que si no fuera tan jodido no estaría siendo la mitad de animal. Lloraba porque llevaba horas metida en la cama, enredada en la cama, con la sensibilidad absolutamente desbordada. Lloraba porque me daba cuenta de lo acostumbrada que llego a estar a dormir sola. Y porque, por un momento en años, sentía miedo: un miedo cabrón, aterradoramente real. Y aún con todo, y consciente de que lo anterior era cierto, no alcanzo a saber del todo bien por qué lloraba.

El otro día, a las 04:41 de la madrugada, con el aire en suspensión, rodeados de nada, él no solo me daba besos en la espalda sino que me decía que podría pasarse el resto de la noche dándome besos en la espalda.

Luego se fue.

Y yo, boca abajo, lloraba.

……………….

Si me hubierais hecho hablar os hubiera contado sobre lo cabronas que son las cosas que nos pasan, pero también de lo rarísimo, de lo insólito de todo esto de ir tirando. De lo vital que es que la gente que te rodea merezca –de verdad- la pena. Os hubiera contado que a veces me sigo quedando con la boca abierta, absolutamente fascinada. Porque si yo os hubiera podido elegir, no lo habría hecho mejor. No porque me parezca bastante difícil, sino porque es que me parece directamente imposible. Y qué me va a parecer si no.

Eso si me hubierais hecho hablar. Menos mal que no lo hicisteis.

……………….

“El amor puede ser breve o eterno, pero siempre esconde confianza y calambre. Sin uno de esos dos puntos esta carta se titularía Afecto o Pasión; fantásticos titulares, por cierto. Amor (también) es pedalear cuando no quieres, bajar la cabeza, doblar rodilla y aceptar la derrota; admitir —no es fácil— que estás vendido, que eres tan frágil como un portazo; las tonterías del candado, las cartas a mano y los recopilatorios en cintas de cassette. Amour es una ráfaga de eternidad en este hoy de apareamiento, adicción y serotonina.

Amor es, en fin, no querer que se vaya. Nunca.”
Confianza y calambre: lo dice Nada importa, no yo.
……………….

Y una canción. Por aquello de ir echando de menos septiembre en Gijón.

miércoles, 2 de julio de 2014

Y al final.

Joder. Hoy –justo hoy- va y se aparece el tema. El único de Bunbury que puedo soportar (es más, es que lo adoro) y probablemente el único que podré soportar por los siglos de los siglos. Todo lo demás, esa voz, esa pose… me sabe mal decirlo, pero no son para mí. Y mira que lo hemos intentado.

Se aparece, decía, y tiene los santos cojones de hacerlo justo como la otra vez. En verano.

Así que una vez más, como un resorte, la bailarina en la caja de música se pone a dar vueltas, entre narcotizada y enloquecida. 

Dale: inténtala parar.

Y mientras te esfuerzas, permite que te invite a una última caña. Yo me levanto y la pido. Ya sabes: no importa que tengas algo mejor que hacer…

Cógela, da un trago. Y permite que te diga que ha sido duro. Que hubo días en que más que duro era imposible. Que probablemente me voy a acordar siempre. Que hubo mucho polvo por morder. Que nadie lo llegó a merecer.

Permite que te diga que hice lo que pude. Que no había un plan, que no supe más. Que la mayor parte del tiempo ni yo me entendía. Que nunca creí en las conciencias tranquilas.

Permite que te cuente que di diecinueve bandazos y me pegué unas quinientas hostias. Que he dormido poco y he bebido mucho. Que además de poco, cuando escribo lo hago mal.

Aun así, permite que te dedique la última línea. Que te vuelva menos loco. No importa lo que pienses ahora… Pero sí, si te dejas, vendrán otros vals.

Y al final, quiero verte de nuevo contento. Como mi bailarina imparable, sigue dando vueltas. Con todas tus fuerzas. Vamos, valiente: aguanta de pie.