miércoles, 19 de noviembre de 2014

A pesar de todo.


“Me dije, voy a ser extremadamente buena —y mereceré (atraeré) el amor— y procuraré la responsabilidad, la autoridad…”
Susan Sontag

Que incluso en los peores momentos haya un mínimo de esperanza que te mantenga más o menos vivo.
Que para eso existan, en todo, grietas: para que entren, ni que sea por un instante, débiles rayitos de luz.
Que a veces haya que saber parar, plantarse, y que en ese momento te sea absolutamente imposible verlo.
Que cometas el mismo error una y otra y otra vez, y la espiral infinita -la culpa- te mate.
Que habiendo pasado diez mil pantallas, siempre aparezcan nuevos monstruos.
Que te sientas incapaz de seguir luchando.
Que igual solo se trate de esperar a que por fin amanezca y la amargura despierte un poquito menos amarga (los monstruos, menos monstruos).
Que veas cómo gente cercana se va muriendo y eso no logre borrar de tu mente otras cosas, infinitamente más nimias.
Que la pena y el vacío sean siete veces más fuertes que tú.
Que el empeño, aun así, no te abandone más que por momentos.
Que pienses que se trata de ir sobreviviendo, de ser cada vez mejores supervivientes. Aunque sientas que ya has vivido mil años. 
Que tengas que esforzarte en recordar por qué has llegado hasta aquí; qué es lo que te hizo saltar al campo.
Si fue una madrugada, una frase, un gesto tímido y heroico.
Que haya tanto que aprender. Cada vez más en vez de menos. Que la magnitud del asunto te supere.
Que tengas que torear ejércitos de dudas, escuadrones de noches desesperadas. Incluso la mismísima tentación de salir huyendo.
Que ante la encrucijada te impongas una disciplina militar: la de ser cada vez más valiente, más seria. La de sonreír y hacer sonreír a quien está a tu lado. La de creer que se puede. Con una fe ciega. Como único secreto para que así sea.
Que a ratos salga mal, y que eso duela.

Y que a pesar de todo rendirse no valga la pena.

No hay comentarios.: