miércoles, 4 de mayo de 2016

Ya sabes que sí.


Y alguna noche todavía pienso en qué hubiera pasado de haberlo intentado. Me sobran motivos para creer que hubiera sido un desastre, otro más, para nuestra flamante colección privada. Y ese, quizás, ya hubiera hecho saltar la banca de una vez por todas. Pero en esos ratos en que te echo de menos siempre queda una pequeña punzada de duda que sé que no se va a ir.

Me acuerdo a veces. De tu devoción tan poco justificada, de tus doscientas maneras de hacerme reír, tan chabacanito y a la vez tan dulce. De cómo me atabas los cordones de los zapatos y me limpiabas el pescado y me llevabas como un saco de patatas a la espalda.

Recuerdo a los trillizos y también haberte encontrado llorando en la cama aquella tarde al volver de la ducha, con una canción en bable sonando de fondo. Ahora sé que son mi cruz, los chicos que lloran. Las patas de gallo también.

He leído tanto desde entonces. Como leía en aquella terraza al sol en Cudillero o al lado izquierdo de tu cama, en aquella habitación sobria y adulta que tenías. He leído a Didion, y a Moehringer, y a Knäusgard y la tetralogía de Ferrante y a Kiko y a Viktor Frankl y a Lucia Berlín y a James Rhodes. Y leyendo he logrado vivir vidas que no son la mía y me ha gustado. Sé que los disfrutarías tú también.  

Pero hay días difíciles y me sigo desesperando. Con el trabajo, con la vida. Procuro no volver a cometer los mismos errores y no siempre lo consigo. Entonces ya no soy brillante, ni una fierita en la cama, ni la tipa tierna, valiente y divertida que tanto te gustaba y que siempre quise ser. Me convierto en algo minúsculo, herido y peor. El mal carácter es una marca de fábrica. Por suerte, este corazón también lo es.

Sí, alguna noche la vieja historia vuelve a mí y todavía me hace temblar. Cuánto me jode que no saliera bien. Pero cuánto me alegro de haberlo vivido. Ya sabes que sí.

No hay comentarios.: