jueves, 23 de febrero de 2017

Y sin embargo.

Es una locución adverbial y a la vez una declaración de intenciones. Una de mis favoritas: por lo adversativo y por lo contundente. Es la expresión máxima de la incondicionalidad, especialmente en forma de canción, por más imperfecta y contradictoria que sea. De canción escrita desde las entrañas, que debería ser la única forma permitida de escribir canciones. Por mucho que me duela, por desastre que yo sea, ahí seguimos.

La verbalización de la complejidad: esto no va a ser ideal y maldita la falta que le hace. Porque –qué bien lo escribió Lorca- querer un poquito de agua en calma chicha es una cosa, pero ahora: vivir con un golpe de mar, con un río oscuro, eso sí hace bullir la sangre en las venas y eriza la piel; eso sí tiene mérito.

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Y sin embargo, la locución adverbial hecha canción, llegó a mí siendo casi una niña. Pasaron unos años hasta que comprendí cuánta verdad y cuánta crudeza y cuánto valor contenían esos versos. También en su versión coplera desgarradora y desgarrada, que más que una copla parecía un milagro.

Luego me hice mayor y todo aquello se convirtió en un regalo en forma de camiseta. Cumplía 25, y si existe regalo ideal para mí fue aquel. Tanto que aún me pone los pelos de punta lo que me quiso decir con esas tres palabras impresas, por mucho que se equivocara de talla.

Todavía lo pienso hoy: qué manera tan hermosa de decir ‘te quiero’ fue decirme ‘y sin embargo’.

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Más tarde, cuando aquello, sin embargo, se acabó, quise convertir mi locución adverbial favorita (y para entonces también declaración de amor) en un tatuaje. En la muñeca tal vez, quizá en el empeine. Lo he pensado durante años, porque no me puedo identificar más con todo lo que significa y no puede significar más para mí.

En todos estos años le he dado vueltas al lugar, a la tipografía. Estuve a punto de hacerlo una vez. Hasta que al fin, hace muy poco, me di cuenta. Para qué voy a tatuarme algo que ya llevo tatuado.