miércoles, 16 de enero de 2013

Mi ejercicio de estilo (moñas).


Las noches para mí son una especie de martirio. Alcohólico o no. Pero eso creo que ya lo sabes. Lo que no sabes es que la de hoy lo ha sido especialmente porque tú, sin avisar, después de tanto tiempo, has aparecido en mis sueños. Y sucede que yo abro los ojos y ahí estás y además estás exactamente igual que la última vez que nos vimos, o en realidad no: llevas melenas, con ese estilo desaliñado pero mono que has hecho tan tuyo.

Entonces te sonrío y tú también a mí, y luego, como un espejismo, desapareces. Y yo, ya despierta del todo, con los ojos como platos, me quedo mirando el punto fijo donde has aparecido y al momento, con la vista clavada en ese lugar, empieza, en modo lavadora desbocada, el interrogatorio.

Porque me pregunto si sabes que ahora me gustan los japoneses, aunque para tu desgracia estuvieras casi dos años sin pisar uno, en un dechado de tolerancia que te hizo merecedor del cielo, porque lo normal hubiera sido que me mandaras al mismísimo carajo y te fueras directo a darte un atracón de sushi por vena. Me pregunto si has vuelto a ver algún bodrio de Bourne, tú que sostenías que aquella cosa que vimos en un cine de Diagonal no estaba tan mal. Me pregunto si has cambiado el White Label por algo distinto o sigues haciendo que las acciones de la empresa suban día tras día en la bolsa. Me pregunto si aún encoges los pies sin darte cuenta y si alguien más te duerme a la espalda como yo hacía. Aplastándote, seguro, por mucho que me dijeras que estabas bien, porque eras, y me pregunto si aún lo eres, un caballero. Y también me pregunto si cada vez que alguien menciona a Hegel o a Holderlin o a Heidegger tú piensas en uno de nuestros trillizos imaginarios que iban a ser escandalosamente superdotados.

Me pregunto si habrás encontrado a alguien que te siga el ritmo canalla y acabe por los suelos contigo, o quizás a grito pelado en plena calle. Me pregunto si en ese caso le dirás que esa es la historia de tu vida, algo que siempre repetías y a mí no me podía repatear más. Me pregunto si habrás vuelto a pisar el Chicote y si tienes más fotos ridículamente moñas de besos en trenes, aunque el tren aquél ya no exista y los de ahora sean tan veloces y tan caros. Me pregunto si sigues comprando bambas molonas y si te has vuelto a partir la cara yendo en bici como aquella vez que me diste un susto de muerte y llegaste pareciéndote tantísimo a Scar.

Y como ya veo que no habrá quién me vuelva a dormir, me pregunto si sabes que mucho tiempo después acabé leyendo tu famosa Biblia de coña y que me hizo reír un rato. Si aún desayunas cortados y zumos y jamón del bueno cuando te levantas con resacas espantosas. Si has vuelto a pensar en comprarte un ático en la calle de la Reina o una casita en un pueblo con mar al norte del norte. Me pregunto si sabes que fui a ver a Leonard Cohen, que esta vez sí reuní las fuerzas, y que casi muero de emoción en el intento, y que la noche fue más bonita de lo que esperaba aunque tú no estuvieras conmigo.

Y también me pregunto si todavía das másterclases a alguien durante las comidas y las cenas y cuentas el conflicto de Israel y Palestina, o la guerra del Golfo, o anécdotas sacadas de artículos de Enric González. Me pregunto si te imaginas que, cómo no, yo ahora también adoro a Enric González. Me pregunto si alguna vez superaste el miedo y te pusiste al volante de un coche, aunque no sé si de saberlo me entrarían ganas de matarte, previa tortura china sin piedad y sin escrúpulos. Me pregunto qué pensarás de esta movida de la independencia, si habrás disfrutado a Guardiola la mitad que yo y si aún haces ensaladas con todo para cenar, y si te siguen quedando tan buenas.

Me pregunto si cuando subes a la casa de la montaña los viernes aún llegas tan de noche que es un cristo encontrar un lugar para cenar. Me pregunto si alguna vez te acuerdas de la sarde desastrosa y te da la risa y si las demás chicas leen contigo en silencio el Babelia tomando la primera caña. Me pregunto si has tenido muchas más siestas cafres como aquella, si te gustó Nueva York y si sigues fumándote un piti recién levantado con las noticias de fondo. Me pregunto si hace tanto frío en la estación de tu pueblo a las 7 de la mañana los lunes de enero.

Y a veces, cuando veo a alguien bailar como un loco, me pregunto si lo seguirás haciendo, si te seguirás dando al alcohol desde el mediodía, si te reirás de las damas entre la grosería y el halago, con lo tímido que tú eras y tal vez sigas siendo. Si continúas defendiendo que la mejor forma de ligar es beber cerca y si has abandonado al pesimista que llevas dentro y ahora sí crees que alguna vez será para siempre con alguien. Me pregunto si sabes que siempre he tendido a idealizarte un poco y que me tengo que esforzar para recordar las cosas que odiaba, que también eran unas cuantas.

Me pregunto si ha habido más mails llenos de ufs habiendo dormido una hora y si has vuelto a crear un cómic con dos personajitos molones y te has tirado horas dibujando en silencio en los bares ante la mirada atónita de los camareros. Me pregunto qué pensaste sobre el final de House, con lo borde pero adorable que nos parecía. Me pregunto si te has vuelto a ir de fin de semana sin maleta y si alguien ha tenido que comprarte ropa de supervivencia en h&m a las dos semanas de estar juntos. Me pregunto si habrás tenido que aguantar tu cartera para que otra hiciera cafradas en algún festival y también si en alguno te has acordado del beso aquél del medio de la pista cuya foto, maldita sea, creo que ya no veremos nunca.

Me pregunto si sabes que dejé el ajedrez la última vez que jugué contigo, me parece que en un bar –qué cosa tan rara- una tarde en el gótico. Me pregunto si llevas alguna pulsera hippie como las que compramos en el borne o el Palmar. Y me pregunto si sabes que hubo alguien hace poco que alucinó conmigo como tú hiciste entonces, y que hizo que lo reviviera un poco todo, justo cuando ya se me estaba olvidando. Me pregunto si alguna vez te acuerdas del mensaje aquél de Gene Kelly cuando llueve, si sigues disfrutando tanto contando a la gente que me ganaste al Trivial en mi propia casa y si todavía empiezas el periódico por la sección de deportes.

Me pregunto si alguna vez leerás esto y te asustarás, aunque creo que no deberías. Porque (y no me lo pregunto, porque sé que lo sabes de sobras) otra cosa no, pero esta sí y con un sí muy grande: eres mi ejercicio de estilo favorito. Lo cual es bonito y es bastante.

jueves, 3 de enero de 2013

No se puede.

Más abajo no se puede. Luego la maquiavélica secuencia tantas veces repetida: la sordidez, el monstruo insomne, inhalar y exhalar sin orden ni concierto, el peso pesado entre pecho y espalda. También los conciertos. Y los minutos de lucidez absoluta. Y la nostalgia. Y una tarde enorme. E irrepetible. Y el mensaje que al fin sí llega. Y un beso por mejilla que estalla en silencio. Y los 33 puntos. Y las 5.000 revoluciones por minuto. Y subiendo, siempre subiendo. Listas de libros inabarcables. Un recuerdo preciso y nítido y también todas las lagunas del mundo. Y el respetable anonadado. Y un par de pares de brazos. Una historia de amor en tres tiempos. Tejiendo y destejiendo. Con todo lo literal que puede llegar a ser eso. Las alas siempre al oeste. Las visitas fugaces. El desespero. Los planes que pese a todo salen y resulta que salen bien. Una tortilla de patatas rozando el larguero. Algo que se va soltando. Porque aunque nunca creímos en las amarras, vaya si las hubo. Suficientemente a menudo como para que el desgarro duela. Y la penúltima cafrada, con el decoro que se mide en grados bajo cero. Los soldaditos acribillados. En la arena, malheridos. Al otro lado del mundo palabras. Y al otro lado de la puta calle, un vals que resuena en las sienes. Lo cantan, suave y profundo, los mismos esclavos malditos. Los mismos artistas de siempre.