Estuve en San Sebastián
siete u ocho veces. Estuve con ellas y también con ellos. Parece que si hay
alguien que me importa lo suficiente, aquello tiene que derivar en un ruta
etílico-romántica de pintxos por esa –mi segunda Norteña. Aunque nada –nada-
garantice que el hecho de haberla callejeado traiga consigo la paz, o la calma,
o nada que se le parezca. Por más madrugadas en puentes, hostias animales en
bici o paseos por el puerto que haya. Por más bonitos que sean. Debe ser el
influjo del Cantábrico feroz, de las mareas o de la insoportable levedad, como
de txirimiri, que tiene andar por el mundo más o menos felices durante un par
de días. A veces casi tres, y todo sobreviviendo a unas tremendas ostras y una asombrosa luna llena. Que
ya es sobrevivir; con creces.
………………
Ha sido un horror
asistir a la más absoluta decadencia de ese tipo tan rudo, tan serio, tan suyo
y tan hosco, el muy maldito. No hay nada peor que la vejez, cuando ya no llegas
a saber quién eres y mucho menos qué haces, cuando la bombilla se enciende una
vez cada tres días, cuando estás postrado, inmovilizado, desorientado y
totalmente asistido. No hay nada más cruel, nada más sórdido, nada más jodido.
Y en la más absoluta pena, en lo desgarrador que llega a ser verle (ver lo que
ya no es y nunca volverá a ser) solo subyace un mínimo de belleza, un
destellito de triste esperanza: vamos a pasarlo bien mientras podamos. Vamos a
valorar las cosas, porque el destino está frente a nosotros, claro y meridiano.
Disfrutemos de todo esto ahora. Llegará un día en que no podamos.
………………
Luego está el
acostumbrarse a sufrir, la inquietud que a ratos torna ansiedad, la impotencia
cuando las cosas no dependen de ti, sobre todo porque durante mucho tiempo sí
lo hicieron. Pensar que por mucho que hagas, por buena -por seria, por fuerte-
que seas, todo eso puede no ser suficiente y aún así salirte mal, e incluso
peor. Intentar recordar que tú eres eso (entera o nada, tremenda o nada) y que
siempre que las historias fueron mal pensaste que, a pesar de todo, había valido la
pena. Revivir, de nuevo en violentos fogonazos, el jueves lluvioso, los
mensajes que al fin llegaban, la tarde en el parque, la cena en el italiano, el
otro día saltando a los brazos en aquella área de servicio. Y creer que sí:
puede pasar de todo. Que, precisamente por eso, tendrá que merecer la pena. Aunque a ratos te busques
sin encontrarte y tengas que luchar tanto, kamikaze, contra ti.
………………
De nuevo, queda la
música. Esta vez huele a primavera. El tocadiscos sigue girando una y otra y otra vez.