Ya son semanas sin escribir, lo cual no y no.
Fueron días de abrigarse mucho, en Estocolmo y también en
el Pirineo. De escuchar Charo en bucle y, en general, de caer rendida ante lo
nuevo de Quique, cuya sensibilidad sigue desbordada. De que, en el mismo orden
de cosas, apareciera un ángel de la guarda con un par de entradas para su
concierto cuando ya se había anunciado el sold
out. De que no solo no me dejara pagarle, sino que me pidiera que le
comprara otras dos. Fue bonito. Fueron días de conjugar la desesperanza y la
fe.
Me enganché, como era de suponer, a la misteriosa
Ferrante y sus dos chicas. Conseguí aguantar una derrota con todo el estoicismo
y me agarré un puteo histórico con la siguiente. Confirmé que no es lo que
pasa, sino la forma en que eres capaz de encajarlo. Trate de ser paciente por
encima de todo, de ser mejor. Traté de trabajar duro. Y de creer que todo
saldrá bien.
Hubo dos domingos grandes. En el Liceo, acompañando a una
mujer enorme, para emocionarnos juntas. Y en un par de terrazas bajo el sol,
riendo a carcajadas muchas horas, flequillo más corto mediante. Mientras, se
hizo la luz por las tardes, para que la cerveza supiera aún mejor. Aunque a ratos
sobrevenga la angustia. A falta de fútbol, habrá que combatirla con palabras –y
con versos de canciones.
Pasa el tiempo y van dos años.