jueves, 14 de abril de 2016

Semanas.

Ya son semanas sin escribir, lo cual no y no.

Fueron días de abrigarse mucho, en Estocolmo y también en el Pirineo. De escuchar Charo en bucle y, en general, de caer rendida ante lo nuevo de Quique, cuya sensibilidad sigue desbordada. De que, en el mismo orden de cosas, apareciera un ángel de la guarda con un par de entradas para su concierto cuando ya se había anunciado el sold out. De que no solo no me dejara pagarle, sino que me pidiera que le comprara otras dos. Fue bonito. Fueron días de conjugar la desesperanza y la fe.

Me enganché, como era de suponer, a la misteriosa Ferrante y sus dos chicas. Conseguí aguantar una derrota con todo el estoicismo y me agarré un puteo histórico con la siguiente. Confirmé que no es lo que pasa, sino la forma en que eres capaz de encajarlo. Trate de ser paciente por encima de todo, de ser mejor. Traté de trabajar duro. Y de creer que todo saldrá bien.

Hubo dos domingos grandes. En el Liceo, acompañando a una mujer enorme, para emocionarnos juntas. Y en un par de terrazas bajo el sol, riendo a carcajadas muchas horas, flequillo más corto mediante. Mientras, se hizo la luz por las tardes, para que la cerveza supiera aún mejor. Aunque a ratos sobrevenga la angustia. A falta de fútbol, habrá que combatirla con palabras –y con versos de canciones.

Pasa el tiempo y van dos años.