Tener que escribir cuatro guiones y escribir cualquier
cosa que no se les parezca lo más mínimo. Sobre el ideal de estar ahí, de tener
a alguien ahí y que sea algo inquebrantable. Sobre cumplir, no cejar o no
fallar. Sobre la desilusión que quizá se quedó a vivir muy adentro y tal vez ya no se
vaya nunca. Sobre todas esas veces, hace tantos años, en que él no apareció
cuando había dicho que lo haría. Sobre la maldita espiral: que otra persona,
mucho tiempo después, protagonizara la misma historia y que doliera. Sobre la
idea de lealtad que crearon las ausencias de ellos dos en ti y que a veces te
juega tan malas pasadas. Tan férrea y tan arraigada. Y la exigencia desmedida,
y los sentimientos heridos y la forma tan dura de reaccionar a todo eso. Sobre el
cansancio que da la angustia y las noches en que duermes poco y necesitas un
par de brazos, cuatro palabras, algunos gestos. En fin. Tener que escribir cuatro
guiones y que lo único que cierre sea esto.
miércoles, 20 de enero de 2016
jueves, 7 de enero de 2016
Cuento de Navidad.
Como todas las buenas historias, la de esta Navidad fue
un juego de claroscuros. De sentirme bien, muy cómoda, en alguna parte, y de
querer salir corriendo al día siguiente, vencida por la tensión o la pena.
Vinieron ellas, para que bebiéramos todo lo posible juntas y para despedirlas
con ese punto de tristeza de saber que pasarán unos meses antes de que volvamos a encontrarnos
en algún lugar del mundo. Fueron días de meter –bastante- la pata y de luchar –bastante, también- para reconstruir esas hermosas catedrales que siguen siendo igual de
hermosas y de catedrales a pesar de los grandes desastres, que parece que si
no nos matan tal vez algo nos fortalezcan.
Marcharse fue tan bonito como necesario; estar rodeado de
las 12 o 14 personas que significan tanto que no puedo contarlo aquí y ahora. Reírse,
cantar y contar las uvas, ver el Concierto de Año Nuevo, ir a buscar pasta como
fuera, montar un tremendo resacódromo. Echarle de menos para, al verle llegar,
saber que no quería que se fuera. Seguir trazando ambiciosos planes, creyendo
que sí se puede. Y terminar con una tarde de Reyes dulce. Que cerrara, con
goles y con ternura, todo lo demás.
Luego el balance, para un año que tuvo algún traspié pero
también grandes momentazos. Haber estado en Madrid, en San Sebastián y en
Madeira juntos. Que Tossa de Mar aún no se haya recuperado del susto tras aquella noche de mayo. Haber descubierto a James Rhodes y a San J. R.
Moehringer: benditos sean. Que ver semana a semana a mi señor abuelo me
enseñara más sobre el paso del tiempo de lo que nunca supe. Haber aprendido
sobre literatura en los márgenes mientras pasaba el otoño. Asistir a un nuevo
Festigan y que fuera enorme. Haber escuchado tanto a Xoel. Hacer la misma foto
en Serrat y seguir siendo -y estando- los mismos. Haber visto Un día perfecto, y también Victoria.
Entender que ahorrarse un par de cañas y no cenar tan tarde tampoco es tan mala
idea. Y Dublín y Croacia y Girona y esa cala tan bonita en ese día tan
diciembre.
Dos mil dieciséis, que se dice pronto. Habrá que sumar y seguir, claro. A la espera de una nueva primavera.
Qué, si no. Si no, qué.
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