jueves, 28 de agosto de 2014

Ya de vuelta.

Yo antes confiaba en las siestas. Las veía como algo plácido, inofensivo, casi naïf. Hasta aquella tarde, que se pareció peligrosamente a un duelo al sol, una batalla campal, un holocausto. Que reabrió la herida y por poco nos mata desangrados, otra vez con la ropa hecha jirones y los dos en la cuneta.

¿El resultado? Diez mil nuevas cicatrices.

Yo antes confiaba en las siestas. Valiente ingenua. Ahora les tengo un miedo atroz.

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El otro día, a las 04:41 de la madrugada, en mitad de la ciudad silenciosa y dormida y envueltos en un ambiente cálido, de noche de verano, él me daba besos en la espalda y yo, boca abajo, con el pelo aún mojado de la última ducha… Yo, boca abajo, con la piel del alma de gallina… pues lloraba.

Lloraba porque no puede ser más rematadamente bonito ni tampoco más rematadamente difícil. Es así de puta. Lloraba, también, porque intuía que si no fuera tan jodido no estaría siendo la mitad de animal. Lloraba porque llevaba horas metida en la cama, enredada en la cama, con la sensibilidad absolutamente desbordada. Lloraba porque me daba cuenta de lo acostumbrada que llego a estar a dormir sola. Y porque, por un momento en años, sentía miedo: un miedo cabrón, aterradoramente real. Y aún con todo, y consciente de que lo anterior era cierto, no alcanzo a saber del todo bien por qué lloraba.

El otro día, a las 04:41 de la madrugada, con el aire en suspensión, rodeados de nada, él no solo me daba besos en la espalda sino que me decía que podría pasarse el resto de la noche dándome besos en la espalda.

Luego se fue.

Y yo, boca abajo, lloraba.

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Si me hubierais hecho hablar os hubiera contado sobre lo cabronas que son las cosas que nos pasan, pero también de lo rarísimo, de lo insólito de todo esto de ir tirando. De lo vital que es que la gente que te rodea merezca –de verdad- la pena. Os hubiera contado que a veces me sigo quedando con la boca abierta, absolutamente fascinada. Porque si yo os hubiera podido elegir, no lo habría hecho mejor. No porque me parezca bastante difícil, sino porque es que me parece directamente imposible. Y qué me va a parecer si no.

Eso si me hubierais hecho hablar. Menos mal que no lo hicisteis.

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“El amor puede ser breve o eterno, pero siempre esconde confianza y calambre. Sin uno de esos dos puntos esta carta se titularía Afecto o Pasión; fantásticos titulares, por cierto. Amor (también) es pedalear cuando no quieres, bajar la cabeza, doblar rodilla y aceptar la derrota; admitir —no es fácil— que estás vendido, que eres tan frágil como un portazo; las tonterías del candado, las cartas a mano y los recopilatorios en cintas de cassette. Amour es una ráfaga de eternidad en este hoy de apareamiento, adicción y serotonina.

Amor es, en fin, no querer que se vaya. Nunca.”
Confianza y calambre: lo dice Nada importa, no yo.
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Y una canción. Por aquello de ir echando de menos septiembre en Gijón.