Y algo
que lees te quita un peso enorme de encima, como un elefante de encima.
Porque no estás sola (mentira, lo estás; todos lo estamos siempre -todos,
siempre), o al menos no estás sola en lo que sientes, en como te sientes, en el
vacío inconmensurable que llevas dentro de ti algunos días, incluso sin un
motivo aparente, cuando todo se desmorona, y ese romperse sin causa tampoco
tiene, como era de esperar, ningún remedio feliz, ni siquiera oportuno o paliativo,
ni mucho menos milagroso.
Y eso que lees no borra
el sentimiento, ni la desesperanza, pero sí supone un alivio mínimo, porque las
palabras de otro son capaces de explicar lo que ocurre, no de matarlo, pero sí
de darle forma en una construcción sencilla, precisa, apenas 20 o 25 líneas,
con su ritmo, su musicalidad y su gramática, estructuras férreas y perfectas para
un estado de ánimo imposible, inasible, abstracto en su
gélida y dolorosa levedad, anclada sin embargo tan profundo.
Y eso que está escrito
por otro explica lo inexplicable, eso que solo sospechabas: que nada es la
panacea, ni tampoco lo es nadie, que por mucho que quieras y te quieran y te
vayan a querer, por mucho que eso casi siempre te haga esbozar una sonrisa, eso
no va a salvarte, porque esa misión es tuya y solo tuya y también la encargada
de hacerte sacar las garras, y las mandíbulas fuertes de apretarlas tanto (y tanto
tiempo), y también de hacer aparecer tu temple, y tu capacidad para entenderte,
y contigo al mundo, porque nadie, y ya te pueden querer, tiene el poder de
quitarte esa tarea de encima de la mesa, que es tan tuya y solo tuya.
Y esa columnita arroja
luz para que veas que aunque tú también tuviste mechones y parques y aunque a
menudo tengas cervezas y caricias y mensajes dulces y la espalda y las tardes de domingo
atrincherados, eso no tiene por qué constituir necesariamente una garantía de
que algo vaya a sostenerse permanentemente en ti, por mucho que lo adores y que te esté cambiando un poco y que te haga exponerte y temblar y ser, al
final, algo más sensible y más valiente.
Y así es como hoy, algo
que no lograste escribir tú va y te da la clave para comprender qué humano, qué
frágil, qué delicado y qué serio es esto de tener que enfrentarte al monstruo despiadado
que de vez en cuando se instala, como el frío o como el miedo, en algún lugar
dentro de ti. Y no solo te reconcilia un poco con él sino que también te
permite respirar mínimamente y todavía más: te recuerda que leyendo, siempre
leyendo, nada es nunca -nada, nunca- tan cruel ni tan insalvable ni tan
doloroso como para que no lo puedas afrontar ni tan único en ti ni tan grave ni
tan amargo, aunque lo sea. Aunque lo sea.