jueves, 30 de enero de 2014

[correspondencias: 'yo también']

Yo también estuve en Vis un verano. Y en California. Con cinco amigos descerebrados. Mi documental favorito es Man on wire. De hecho, lo vi un domingo por la noche y después fui tan incapaz de dormir que pensé que lo iba a ser para siempre, y el susto fue legendario. Me sé de memoria todas (y cuando digo todas quiero decir todas) las letras de Nacho. Conocí a chavales y también a caballeros, y también a tipos sobre los que no me quiero pronunciar. Yo también fracaso siempre alzando la copa hacia el cielo. Y los días tontos muero por Quique -y por sus melenas. Yo también me pongo de los nervios con los Madrid – Barça, aunque me temo que desde el otro lado –larga vida a Xavi, Andrés y Messi. De tan hooligan, me emociona hasta el baloncesto (madre mía qué 33 puntos). Yo también he escrito posts que debían ser leídos con Un buen día de fondo. También me emborraché en Nueva York (de The Back Room al cielo), aunque no tanto como en Las Vegas o en Atenas. Yo también tuve resacas lapidarias. También viví una temporada en Madrid y también adoro Madrid, especialmente en primavera, especialmente por las noches de los lunes que se me fueron de las manos, especialmente por el Toni 2. Yo también vi sonrisas que partían el cristal de las copas. Para ser exactos, las del mismo tipo cuya peli favorita era (¿es que sois una raza?) El apartamento. Y sé lo que es buscar tartas de queso Bloody marys perfectos, con casi tanto empeño como palabras precisas. Y también me atrapé al Apalabrados, sobre todo por su momento cumbre que, como sabrás, siempre fue llegar a la penúltima letra empatados. Alguna vez, incluso, me dejé ganar. Yo también crecí con la poesía de Sabina (bendito Martínez) y aún ahora me sigue poniendo la piel del alma de gallina. Me enamoré de todo lo que lleva la firma de Wislawa Szymborska. Y también –cómo no- de míster Salinger. Yo también creo firmemente que habiendo champán para qué queremos copas. Y en lo sobrevaloradas que están las fotos, porque los recuerdos (como el equipaje) no deben ocupar más lugar que el estrictamente necesario. Yo también escribí bastantes batallitas a amigos por e-mail. También me quito el sombrero con san Enric González. Y también adoro desayunar en silencio leyendo el periódico Babelia, y no sabes qué bonito me llega a parecer ese silencio compartido.

Eh. Hablando de cosas bonitas. Tus textos, que animan a seguir escribiendo –siempre más, siempre mejor. A poder ser entre copas. Y eso, maldita sea, es algo que no puede agradecerse con palabras.  

martes, 21 de enero de 2014

Un altercado.

Esto es para contarte que este invierno está trayendo, entre otras cosas, vendavales. Que andábamos el otro día –era tarde- por la calle y las manos nos cambiaban de color, como si agarráramos con los dedos arco iris. Que hubo un poquito de todo e incluso un poquito de más. Un garito en Mieres que mereció las doscientas curvas del camino, especialmente las de vuelta. Un arsenal de ratafía que pudo ganar guerras mundiales por sí solo. El sábado aquél en que la imperturbabilidad tornó esquizofrenia. Y bueno, todo lo que vino después del garito, el arsenal y la esquizofrenia.

Esto es para contarte que más que un invierno es un altercado.

Que las batallas viven adentro y que son tremendas. Que al terminar el cansancio es atroz. Que las horas de sueño perdidas no las recuperaremos nunca, ni con un millón de dólares por rescate. Que los titulares se han medido por decenas y las cervezas –los whiskazos- por millares.

Esto es para contarte que ha sido grande.

Que hubo resacas y hubo partidos y hubo sesiones y hubo sesiones y hubo conciertos. Que una noche a las cuatro de la mañana el ataque de risa fue legendario. Que el empujón maldito no habrá quien lo borre de esta retina. Que a ratos, cuando llovía, te eché de menos y que en las ventanas algo rugía.

Esto es para contarte que escribe Leila, que canta J, que a veces un email te coloca al borde del colapso. Que hubo miradas y un par de calcetines y manos que apartan el pelo e historias de almohadas y bichos en celo. Que a todo esto está anocheciendo y que afuera hace frío. Que el efecto sorpresa es de locos y el guion lo de menos. Que no me atrevo a imaginar qué clase de primavera le puede seguir a este invierno.

lunes, 13 de enero de 2014

Ruleta rusa.

Tanto tiempo sin una épica escenita era, cuanto menos, sospechoso. Así que podía suceder en cualquier lugar, en cualquier momento. La vida en nivel ruleta rusa. Con dos cojones. Jugando al límite (¿es que hay otra manera?), porque la compostura y la seguridad siempre fueron patrimonio de cobardes.

Un domingo, pues, era tan buen día como cualquiera. O tan malo. Y la función se llevó a cabo en la maldita calle, a eso de la 1 de la mañana, después de un mes de estupor, descontrol y temblores. La cerveza y el combo orujo-patxarán como invitados especiales. Un frío del recontracarajo. El respetable desencajado, muerto del susto. Y en fin, cómo van a caber tantos besos en un puto blog y qué tremendos –por enésima vez- los taxis en modo ambulancia.

Lo cual es mucho pero no es todo.

Porque por si faltaban ingredientes en la movida, el día anterior había estado jugando con fuego. Quemarse rules, pensaba la bestiajita desbocada que llevo dentro. Una bestiajita que pagará las consecuencias, porque esta resaca, esta culpabilidad tan puta y este dolor de todo van a durar hasta 2027 -década arriba, década abajo. Que ya estoy viendo a tres o cuatro futuros nietos flipando con el drama de bicha que aún seré. Y si no al tiempo.

Decía. Que las escenitas nunca vienen solas. Que las negociaciones han sido arduas. Que ya no tenemos edad para según qué deportes extremos. Que el mesecito ha sido curioso y el rival de la contienda peliagudo. Que hay un punto a medio camino entre la terquedad y la dulzura que debía ser conquistado. Que incluso las cartas más boca arriba esconden ases en la manga. Y que, menos mal (bendito sea), el ambicioso plan sigue en pie. Como debe de ser. 

Que sigue en pie más que nunca. 
Más que siempre todavía.