lunes, 29 de abril de 2013

Desde siempre.

Yo creo que escribo desde siempre, aunque no tenga una historia detrás tan tremenda como la de cualquiera Cohen. Mi padre, by the way, sigue vivo y coleando. Podría inventármela, la historia, también es verdad, pero a fuerza de inventar cosas uno también acaba por cansarse. Por si alguien no lo ha pillado: trabajo en publicidad y no, no es tan divertido como parece. Es cierto que fumo y bebo como todo personaje de Mad Men que se precie. Mi tragedia particular es que lo hago cuando no estoy de servicio, así que coincide con los fines de semana y/o las noches, excepto algún desvío ocasional. El glamour está sobrevalorado. Aunque probablemente sea esta la clave de mi supervivencia; de otro modo ya me hubiera matado una cirrosis galopante. Decía. Que bebo -Jack Daniel’s o gin&tonic con una rodaja de naranja- y fumo -Winston light, siendo el light lo más moñas que he hecho en mi vida. Tuve 3 o 4 novios y fracasé unas 10.000 veces (echen cuentas ustedes mismos), aunque me reí mucho por el camino. Y sí, les quise. En esta línea de cosas, tengo una triple moral ejemplar y me quiero matar por inconsciente una vez cada siete minutos. Para no sucumbir a tan serio instinto suicida leo, que quieras que no distrae. Como distraen los partidos del Barça, aunque algo me dice que a partir de ahora la distracción tornará en ansiedad y temblores si es que no lo ha hecho ya, a lo que creo que voto sí. Otra de mis grandes virtudes es la adicción al veneno, que como todo el mundo sabe adopta formas muy diversas. Es cierto que como bio esto no sirve demasiado pero a día de hoy ¿quién le hace caso a los briefings? La clave está en sentirse culpable luego, lo cual -mal está que yo lo diga- me honra algo. Pero ojo, sin pasarse.

lunes, 8 de abril de 2013

La vida no era tan dulce.

"Llegar a la estación y verte saltar desde el mismo andén,
noches más largas que la muralla china y más duras también.
Entrar y salir de Nazaret a toda hostia en un Seat León.
(…)
Y un policía que se cree Sonny Crockett, el muy subnormal.
Una nube en torno a ti pero esa carina tan llena de paz.
(…)
Y ahora tener que comprender que el tiempo tiende a corroer todo lo que toca
y que hay que elegir entre el final y el después."
(…)
De 'Los sabios idiotas'.

No había visto nada parecido desde la noche de Cohen, que más que dar un concierto llevó a cabo un ritual sagrado. Nada comparable, ni siquiera remotamente. Porque lo de ese hombre siempre ha sido la Champions y todo lo demás es carne de quinta regional sin opciones de ascenso.

El homenaje de Nacho Vegas al cine de Mike Leigh no pudo estar más a la altura. La selección de escenas, los diálogos, las composiciones inéditas, la instrumentación de las mismas, la primerísima vez que aparecía un chelo en escena tratándose de Nacho... Emocionante es poco. 

El conjunto estaba maravillosamente bien armado, con una sensibilidad fuera de lo común, muy propia de la criatura. Dando voz (una vez más) de forma tierna y cínica y bárbara y poética a esos personajes que tan raramente aparecen en nuestras pantallas. Colocando, además, las canciones propias justas para no empañar el verdadero objetivo de la velada. Aprovechando para matar algún vampiro de pasada. Eso fue Enough, por invitar a la fiesta a la gata de Enric González. Y todo el resto, cosas que no hay que contar.

Un sábado por la noche insuperable. Ni siquiera con un par de bises. Porque la vida, más que dulce, es agridulce. ¿O qué esperábamos? 

El tándem Leigh/Vegas no puede decirlo más alto: quedó claro.

jueves, 4 de abril de 2013

Mientras parpadeas.

La vida es lo que transcurre mientras sales dos minutos a fumarte un cigarrillo. Porque de repente, tu plan, el que habías trazado en un quiebro a pierna cambiada, resulta que sucede; y esa idea que era tuya de pronto te sorprende, te es ajena, como si fuera la invención de otro. Como si a un director de cine le asombrara la peli que él mismo ha escrito, rodado y montado durante meses. Como si el hecho, mientras tú parpadeabas, hubiera cobrado una especie de entidad propia y se hubiera independizado antes de cumplir los 40. 

Que hay que tener valor, con lo bien que se está en casa.

Como cuando en un concierto te pierdes tu canción favorita porque (después de 3 horas de náuseas y sudores fríos) has salido con un piti. Todo por no inyectarte unos picos de nicotina directamente, -qué digo, discretamente-, algo que harías sin dudar si no fuera por el pánico absoluto que les tienes a las agujas, sólo comparable al que te dan los relámpagos. 

¿O eran rayos?

(Qué pasa, sí, los relámpagos. Un miedo atroz, además. Infinito. 
Nótese que has salido valiente. Y de ciencias.)

Como cuando en un partido te pierdes el gol decisivo porque te has dejado las jeringuillas en casa, con la diferencia de que hay partidos en los que eres incapaz de moverte de la silla y soltar la cerveza, ni siquiera por fumar. Así que ves los goles bajo un mono infinito, que no es lo mismo que no verlos pero se le parece bastante. 

La ansiedad enfermizo-forofa es así, no la he inventado yo.

La vida, vas descubriendo, es lo que se desliza por las rendijas cuando -al fin- cambian la hora. Una historia que se escribe en los portales. Los trayectos de casa al trabajo, o lo que es lo mismo, las 20 o 30 páginas que te da tiempo a leer en el recorrido y que hacen que te sometas al despertador todos los días, si no de qué. Sumisión la justa.

La vida es que tus decisiones, las muy putas, dejen de ser tuyas. Es que todo lo que se pueda rebelar coja y motu propio se rebele. Es que tú respondas de la única manera que se puede responder a eso: con una cañita en la mano.

Que en cada paréntesis haya un enigma. En cada mesa un Vietnam. En cada bar, un partido que no vamos a perder ni locos. En cada ola que acecha, la posibilidad de un sunami. Y precisamente porque todo es posible, en cada sorpresa una historia. 

La vida, que debe ser algo así como la conjunción (¿copulativa?) de sorpresas y de historias. 
Que se plantan delante de ti en lo que dura un parpadeo.