La vida es lo que transcurre
mientras sales dos minutos a fumarte un cigarrillo. Porque de repente, tu plan,
el que habías trazado en un quiebro a pierna cambiada, resulta que sucede; y
esa idea que era tuya de pronto te sorprende, te es ajena, como si fuera la
invención de otro. Como si a un director de cine le asombrara la peli que él mismo ha
escrito, rodado y montado durante meses. Como si el hecho, mientras tú
parpadeabas, hubiera cobrado una especie de entidad propia y se hubiera
independizado antes de cumplir los 40.
Que hay que tener valor, con lo bien que se está en casa.
Que hay que tener valor, con lo bien que se está en casa.
Como cuando en un
concierto te pierdes tu canción favorita porque (después de 3 horas de náuseas y sudores
fríos) has salido con un piti. Todo por no inyectarte unos
picos de nicotina directamente, -qué digo, discretamente-, algo que harías sin dudar si no fuera por el
pánico absoluto que les tienes a las agujas, sólo comparable al que te dan los
relámpagos.
¿O eran rayos?
¿O eran rayos?
(Qué pasa, sí, los
relámpagos. Un miedo atroz, además. Infinito.
Nótese que has salido valiente. Y de ciencias.)
Nótese que has salido valiente. Y de ciencias.)
Como cuando en un
partido te pierdes el gol decisivo porque te has dejado las jeringuillas en casa, con
la diferencia de que hay partidos en los que eres incapaz de moverte de la
silla y soltar la cerveza, ni siquiera por fumar. Así que ves los goles bajo un mono infinito, que no
es lo mismo que no verlos pero se le parece bastante.
La ansiedad enfermizo-forofa es así, no la he inventado yo.
La ansiedad enfermizo-forofa es así, no la he inventado yo.
La vida, vas
descubriendo, es lo que se desliza por las rendijas cuando -al fin- cambian la hora. Una historia que se escribe en los portales. Los trayectos de casa al trabajo, o lo
que es lo mismo, las 20 o 30 páginas que te da tiempo a leer en el recorrido y que
hacen que te sometas al despertador todos los días, si no de qué. Sumisión la justa.
La vida es que tus
decisiones, las muy putas, dejen de ser tuyas. Es que todo lo que se pueda
rebelar coja y motu propio se rebele. Es que tú respondas de la única manera
que se puede responder a eso: con una cañita en la mano.
Que en cada paréntesis
haya un enigma. En cada mesa un Vietnam. En cada bar, un partido que no vamos a
perder ni locos. En cada ola que acecha, la posibilidad de un sunami. Y precisamente porque todo es posible, en cada sorpresa una
historia.
La vida, que debe ser algo así como la conjunción (¿copulativa?) de sorpresas y de historias.
Que se plantan delante de ti en lo que dura un parpadeo.
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