A él le gustaba llamarme primor, pero sobre todo prenda. A
mí, que no he hecho otra cosa en la vida que prendarme de la nobleza y la
vulnerabilidad de tipos como él, como han sido todos. Medio torpes, a veces,
pero buenos. Pero fieles.
Por eso tuvieron una especie de pase de pernocta: por
mucho que se pusieran idiotas y que alguna vez me hablaran mal, sabía que ahí
en el fondo había chavales más o menos frágiles y más o menos convencidos de
que podíamos jugar a cualquier cosa, pero que no jugaríamos a hacernos daño. Y
el tiempo nos dio la razón, porque lo cumplimos.
Lo pasamos mal por el camino, claro; porque fue lo que
tocó y porque en según qué momentos no hay otra. Pero jamás fuimos egoístas,
desconsiderados ni crueles. Sabíamos que prevalecía todo lo demás, esa lealtad
incondicional e invisible que creamos juntos y que hizo que ahora tengan un
pedacito de cielo, de mi cielo, más que adjudicado, con su minibar y sus juegos
de toallas limpias. Eso que hace que sepa que aún hoy, si silbo, estarán al
otro lado del teléfono, de la ciudad, del país. Que si silbo realmente fuerte, si
algún día aprendo y lo consigo, los tendré aquí bebiendo o cantando conmigo.
Y mira que nos equivocamos. Como nos equivocamos todos,
como fallamos siempre. Pero hicimos algo mucho mejor que fallar, que fue ir
corriendo cada vez a pedir disculpas, cerveza, socorro. Perdiendo el culo, que
es la única manera, como si no hubiera un mañana. Perseverando con la certeza de que si algo tiene que salir bien, va a ser a fuerza de sobrellevar fracasos. Y
que si, habiendo sufrido juntos, no dejábamos que esas malas noches nos vencieran, eso ya no lo iba a fisurar nada ni nadie.
Después pasaron más cosas, y todavía más años, y me pude
sentir de muchas maneras, pero no abandonada por ellos. Porque entendieron como
nadie cuál era mi forma de ser y de estar en el mundo y no pudieron estar más a
la altura. Y eso que me conocieron bien, y me perdonaron aún mejor y me
enseñaron cosas que no voy a olvidar jamás, por abuelita miope y llena de
parches de nicotina que vaya a ser algún día.
Jovencitos desastres y valientes que hoy veo en el gran
Fidel Centella. Superhéroes capaces de cuidar a este retaco, de no dejarme
sola, de saltar al campo a sufrir conmigo. Qué bonito que estuvieran. Que
dijeran ‘algún día sal y cuenta lo que fuimos’.