martes, 31 de mayo de 2016

Los chicos desastre

A él le gustaba llamarme primor, pero sobre todo prenda. A mí, que no he hecho otra cosa en la vida que prendarme de la nobleza y la vulnerabilidad de tipos como él, como han sido todos. Medio torpes, a veces, pero buenos. Pero fieles.

Por eso tuvieron una especie de pase de pernocta: por mucho que se pusieran idiotas y que alguna vez me hablaran mal, sabía que ahí en el fondo había chavales más o menos frágiles y más o menos convencidos de que podíamos jugar a cualquier cosa, pero que no jugaríamos a hacernos daño. Y el tiempo nos dio la razón, porque lo cumplimos.

Lo pasamos mal por el camino, claro; porque fue lo que tocó y porque en según qué momentos no hay otra. Pero jamás fuimos egoístas, desconsiderados ni crueles. Sabíamos que prevalecía todo lo demás, esa lealtad incondicional e invisible que creamos juntos y que hizo que ahora tengan un pedacito de cielo, de mi cielo, más que adjudicado, con su minibar y sus juegos de toallas limpias. Eso que hace que sepa que aún hoy, si silbo, estarán al otro lado del teléfono, de la ciudad, del país. Que si silbo realmente fuerte, si algún día aprendo y lo consigo, los tendré aquí bebiendo o cantando conmigo.

Y mira que nos equivocamos. Como nos equivocamos todos, como fallamos siempre. Pero hicimos algo mucho mejor que fallar, que fue ir corriendo cada vez a pedir disculpas, cerveza, socorro. Perdiendo el culo, que es la única manera, como si no hubiera un mañana. Perseverando con la certeza de que si algo tiene que salir bien, va a ser a fuerza de sobrellevar fracasos. Y que si, habiendo sufrido juntos, no dejábamos que esas malas noches nos vencieran, eso ya no lo iba a fisurar nada ni nadie.

Después pasaron más cosas, y todavía más años, y me pude sentir de muchas maneras, pero no abandonada por ellos. Porque entendieron como nadie cuál era mi forma de ser y de estar en el mundo y no pudieron estar más a la altura. Y eso que me conocieron bien, y me perdonaron aún mejor y me enseñaron cosas que no voy a olvidar jamás, por abuelita miope y llena de parches de nicotina que vaya a ser algún día.

Jovencitos desastres y valientes que hoy veo en el gran Fidel Centella. Superhéroes capaces de cuidar a este retaco, de no dejarme sola, de saltar al campo a sufrir conmigo. Qué bonito que estuvieran. Que dijeran ‘algún día sal y cuenta lo que fuimos’.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Ya sabes que sí.


Y alguna noche todavía pienso en qué hubiera pasado de haberlo intentado. Me sobran motivos para creer que hubiera sido un desastre, otro más, para nuestra flamante colección privada. Y ese, quizás, ya hubiera hecho saltar la banca de una vez por todas. Pero en esos ratos en que te echo de menos siempre queda una pequeña punzada de duda que sé que no se va a ir.

Me acuerdo a veces. De tu devoción tan poco justificada, de tus doscientas maneras de hacerme reír, tan chabacanito y a la vez tan dulce. De cómo me atabas los cordones de los zapatos y me limpiabas el pescado y me llevabas como un saco de patatas a la espalda.

Recuerdo a los trillizos y también haberte encontrado llorando en la cama aquella tarde al volver de la ducha, con una canción en bable sonando de fondo. Ahora sé que son mi cruz, los chicos que lloran. Las patas de gallo también.

He leído tanto desde entonces. Como leía en aquella terraza al sol en Cudillero o al lado izquierdo de tu cama, en aquella habitación sobria y adulta que tenías. He leído a Didion, y a Moehringer, y a Knäusgard y la tetralogía de Ferrante y a Kiko y a Viktor Frankl y a Lucia Berlín y a James Rhodes. Y leyendo he logrado vivir vidas que no son la mía y me ha gustado. Sé que los disfrutarías tú también.  

Pero hay días difíciles y me sigo desesperando. Con el trabajo, con la vida. Procuro no volver a cometer los mismos errores y no siempre lo consigo. Entonces ya no soy brillante, ni una fierita en la cama, ni la tipa tierna, valiente y divertida que tanto te gustaba y que siempre quise ser. Me convierto en algo minúsculo, herido y peor. El mal carácter es una marca de fábrica. Por suerte, este corazón también lo es.

Sí, alguna noche la vieja historia vuelve a mí y todavía me hace temblar. Cuánto me jode que no saliera bien. Pero cuánto me alegro de haberlo vivido. Ya sabes que sí.