lunes, 16 de junio de 2014

La broma infinita.

Y con la consistencia de un palacio hecho de cartas, y a falta de más ases en la manga, el panorama –ahora sí que sí- se desmorona.

Y lo hace con la sutileza de un terremoto de los que revientan la escala de Richter.

El vacío es inconmensurable, y el vértigo lo es también. Casi tanto como la absurda idea de intentar solventarlo todo a base de cócteles animales de narcóticos.

Meanwhile, llega el verano, y promete ser tan hardcore –incluso más- que el invierno en modo altercado o la primavera disfrazada de despropósito. Más duro, si cabe. Que ya tiene cojones que un verano pinte duro. Será que aquí jugamos al límite o no jugamos, que es como salen al ring las fieras pardas condenadas a morder la lona.

Que fumo diez mil cigarrillos, que sé que mi voz quebrará.

Se desmorona, decía. Aunque todavía resplandezcan, alguna noche, los últimos rastros de ceniza. Le ponen banda sonora a la debacle tres o cuatro canciones tristes. Y una vez más, hay que apuntarse a lo que sea que te ayude a adelantar el reloj y que den las ocho de la mañana.

¿Y qué se puede esperar de alguien que quiere que den las 8 de la mañana?

Por su lado, la porra entre el cáncer de pulmón y la cirrosis sigue bien, gracias. Que las casas de apuestas andan a hostias por las mejores cuotas. Igual que la broma infinita, que hay que ser Foster Wallace para verlo tan poquito, pero tan poquito claro. Para estar tan desbordada.

Intentas pensar que, pase lo que pase, todo saldrá bien. Que ha estado bonito. Y joder, qué perfecto sería si lo consiguieses.



martes, 3 de junio de 2014

La catarsis.


El plan era serio, maquiavélico, inamovible: el cristo bendito de las últimas semanas había que exorcizarlo. Por lo civil o por lo militar. Y la catarsis se llevó a cabo sin puertas y sin ventanas, que es como hay que ejecutar este tipo de cosas. Para habernos matado una vez más, y no queda claro si hubo más posibilidades antes o durante el festival de las noches perdidas, o si tal vez las habrá después. Que los estadísticos del CIS ahí andan, con las calculadoras echando humo.

El equipo se formó como en el colegio: con cada capitán eligiendo a los suyos y de ahí a por todas, como a la guerra. No faltaron los empujones ni tampoco las toneladas de barro sobre el terreno de juego, listas para joder zapatos y hasta algún modelito inhumano.

Que Nacho apareciera casi por sorpresa y que llegáramos a verle rozando el bendito larguero fue la tremenda previa que correspondía a tan enorme asalto. La gran broma final, como no podía ser de otra forma, apareció en escena puntual y por la puerta grande. Y lo siguiente fue palmar en el curro un viernes más de primavera tras más de 8 horas de paseos y botellitas, cumpliendo a rajatabla todo pronóstico posible.

Más que una siesta, lo de esa tarde fue una emboscada. De la merienda de los campeones es mejor ni hablar, y bueno, hubo que ir a cantar las clásicas alegrías que suenan de fondo en los incendios. El modo polizón se activó en el mejor momento posible, para oír cómo necesitan a sus chicas los cantantes más descarriados del planeta. Que ahí estábamos, lujos ibéricos es poco. Así que luego, para que no decayera, llegaron los ataques de frío atroz y un montón de tarjetitas alineadas que a ratos rompían filas.

Que se hiciera de día y no hubiera unas gafas de sol a mil millas solo era una constatación –y van…- de lo hábiles que hemos sido desde siempre. La vuelta a casa se caracterizó por la dignidad y el descojone y el pánico a otra sesión en modo maratón con que rematarlo -con que reventarlo- ya del todo.

Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, y la tarde del sábado se libró como con yelmo y cota de malla. El susto era tal que las botellas se vaciaban a ritmo de corneta y el taxi aceleraba como un condenado en los semáforos en ámbar. Llegar y saltar como cabritillas fue la misma cosa. Y las carreras a las barras y las canciones en modo jitón se sucedían y el sol salía a traición, que es como sale los domingos de guardar y demás días señalados.

En el metro de vuelta, y a esas alturas, ya dio igual 4 que 8 y casi que 80. Y el desayuno no fue en Tiffany’s y la guinda, para variar, llevó dos dedos de espuma y se reprodujo como los panes y los peces. El paseo de vuelta a casa –demacrados no, lo siguiente- rozó la felicidad y al sindiós –al sinbeber- le llegó el fundido a negro como debía ser: más tarde que temprano. Constatando que otra primavera se nos había ido de las manos.