Y con la consistencia de
un palacio hecho de cartas, y a falta de más ases en la manga, el panorama
–ahora sí que sí- se desmorona.
Y lo hace con la
sutileza de un terremoto de los que revientan la escala de Richter.
El vacío es
inconmensurable, y el vértigo lo es también. Casi tanto como la absurda idea de
intentar solventarlo todo a base de cócteles animales de narcóticos.
Meanwhile, llega el
verano, y promete ser tan hardcore –incluso más- que el invierno en modo
altercado o la primavera disfrazada de despropósito. Más duro, si cabe. Que ya
tiene cojones que un verano pinte duro. Será que aquí jugamos al límite o no
jugamos, que es como salen al ring las fieras pardas condenadas a morder la
lona.
Que fumo diez mil
cigarrillos, que sé que mi voz quebrará.
Se desmorona, decía. Aunque
todavía resplandezcan, alguna noche, los últimos rastros de ceniza. Le ponen
banda sonora a la debacle tres o cuatro canciones tristes. Y una vez más, hay
que apuntarse a lo que sea que te ayude a adelantar el reloj y que den las ocho
de la mañana.
¿Y qué se puede esperar
de alguien que quiere que den las 8 de la mañana?
Por su lado, la porra
entre el cáncer de pulmón y la cirrosis sigue bien, gracias. Que las casas de
apuestas andan a hostias por las mejores cuotas. Igual que la broma infinita, que
hay que ser Foster Wallace para verlo tan poquito, pero tan poquito claro. Para estar tan desbordada.
Intentas pensar que,
pase lo que pase, todo saldrá bien. Que ha estado bonito. Y joder, qué perfecto sería si lo consiguieses.