miércoles, 20 de marzo de 2013

Algunas cosas susceptibles de haber marcado el final del invierno.

1. La caída (primero) y el auge (después) –en otro orden hubiera sido directamente criminal- del equipo de nuestros sueños. Conocer el delirio y el polvo, la derrota merecida, el más absoluto desespero. Los chupitos huérfanos, los miércoles más tristes del mundo, el ejército de fanáticos cambiando la cerveza por Prozac, envejeciendo 20 años en un instante.
Para que luego, casualmente, en lo que fue otro 12 de marzo legendario, la esperanza aterrizara en esta ciudad como llegada en un vuelo chárter, sin llegar a contarnos si vino para quedarse o todo lo contrario.
En fin. La esperanza tuvo forma de partidazo. De 92 minutos de ansiedad y temblores conteniendo el aliento. De romper todos los récords (y todas las leyes antitabaco) fumando por los descosidos. De estar todos juntos y no dirigirnos la palabra. El pulso desbocado. Las pupilas fijas en la pantalla. Las doscientas cervezas. Los saltos. Las secuelas de los saltos.
También tuvo forma de grito animal de futbolista herido. Larga, larguísima vida, a ese grito. Y a la más indecente afonía.

2. Las tres o cuatro canciones imprescindibles del nuevo disco de Quique, además de la insoportable forma en que me recuerda a él: benditas melenas.
Caer rendida con Dallas – Memphis desde la primera vez que la oíste. Adorar la ternura con que el tipo habla de Samuel. Pensar que todos nos hemos ido de perros alguna vez. Ir haciendo recuento de versos memorables. Hacer que alguien más se enganche. Y salir un jueves a su encuentro con todo el desquicie que eso conlleva.

3. El viaje a los impulsos que da la bienvenida a toda primavera inhumana. Salir a horas intempestivas por la Gran Vía o la Diagonal en dirección a cualquier otra parte. Esta vez –una más- a Donostia. Con todo lo que has vivido ahí en modo recuerdo playing. Las cajas de música convertidas en cinexines, y tú, valiente, intentándolos (sin éxito) parar. Que es ni más ni menos lo que tienen las cosas imparables.
Entonces llega el momento de apostar contra ti misma: si es la mitad de bonito que Granada (con sus derrotas y sus inhumanas reconquistas) no habrá quién te traiga de vuelta a casa. Pensar que algunas veces es más aconsejable perder que todo lo contrario. Que la forma en que haces algo es la forma en que lo haces todo. Que todo lo que has hecho… Y decidir que igual es mejor dejar de pensar.

4. Las crueles corrientes migratorias, con sus personajitos que vienen y van montando descalabros a su paso. Y eso incluye las cañejas inocentes, las falsas despedidas, los discursos etílico-moñas y los chats de madrugada. También incluye perder –es un decir- al tipo que te viene aguantando como un campeón por las mañanas. Abriendo paso a otro huracán del que no sabes cómo saldrás viva. Aún sabiendo, como siempre, que saldrás.

Fuera de concurso quedan las epidemias de guiños, el licor café, las chicas que son magníficas, Shakespeare, el lado bueno de una película y los afterhours, especialmente cuando vienen después de los afterhours. Nótese, porque vale -y cómo vale-, la redundancia.

Llegados a este punto. Otro par de rondas.
Y bienvenida, primavera.

No hay comentarios.: