1. La caída (primero) y
el auge (después) –en otro orden hubiera sido directamente criminal- del equipo
de nuestros sueños. Conocer el delirio y el polvo, la derrota merecida, el más
absoluto desespero. Los chupitos huérfanos, los miércoles más tristes del mundo,
el ejército de fanáticos cambiando la cerveza por Prozac, envejeciendo 20 años
en un instante.
Para que luego,
casualmente, en lo que fue otro 12 de marzo legendario, la esperanza aterrizara
en esta ciudad como llegada en un vuelo chárter, sin llegar a contarnos si
vino para quedarse o todo lo contrario.
En fin. La esperanza
tuvo forma de partidazo. De 92 minutos de ansiedad y temblores conteniendo el
aliento. De romper todos los récords (y todas las leyes antitabaco) fumando por
los descosidos. De estar todos juntos y no dirigirnos la palabra. El pulso
desbocado. Las pupilas fijas en la pantalla. Las doscientas cervezas. Los
saltos. Las secuelas de los saltos.
También tuvo forma de
grito animal de futbolista herido. Larga, larguísima vida, a ese grito. Y a la
más indecente afonía.
2. Las tres o cuatro
canciones imprescindibles del nuevo disco de Quique, además de la insoportable
forma en que me recuerda a él: benditas melenas.
Caer rendida con Dallas
– Memphis desde la primera vez que la oíste. Adorar la ternura con que el tipo habla
de Samuel. Pensar que todos nos hemos ido de perros alguna vez. Ir haciendo
recuento de versos memorables. Hacer que alguien más se enganche. Y salir un jueves a
su encuentro con todo el desquicie que eso conlleva.
3. El viaje a los
impulsos que da la bienvenida a toda primavera inhumana. Salir a horas
intempestivas por la Gran Vía o la Diagonal en dirección a cualquier otra parte.
Esta vez –una más- a Donostia. Con todo lo que has vivido ahí en modo recuerdo
playing. Las cajas de música convertidas en cinexines, y tú, valiente,
intentándolos (sin éxito) parar. Que es ni más ni menos lo que tienen las cosas imparables.
Entonces llega el
momento de apostar contra ti misma: si es la mitad de bonito que Granada (con sus derrotas y sus inhumanas reconquistas) no habrá quién te traiga de vuelta a
casa. Pensar que algunas veces es más aconsejable perder que todo lo contrario.
Que la forma en que haces algo es la forma en que lo haces todo. Que todo lo
que has hecho… Y decidir que igual es mejor dejar de pensar.
4. Las crueles
corrientes migratorias, con sus personajitos que vienen y van montando
descalabros a su paso. Y eso incluye las cañejas inocentes, las falsas
despedidas, los discursos etílico-moñas y los chats de madrugada. También
incluye perder –es un decir- al tipo que te viene aguantando como un campeón
por las mañanas. Abriendo paso a otro huracán del que no sabes cómo saldrás
viva. Aún sabiendo, como siempre, que saldrás.
Fuera de concurso quedan
las epidemias de guiños, el licor café, las chicas que son magníficas,
Shakespeare, el lado bueno de una película y los afterhours, especialmente cuando
vienen después de los afterhours. Nótese, porque vale -y cómo vale-, la redundancia.
Llegados a este punto.
Otro par de rondas.
Y bienvenida, primavera.
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