jueves, 14 de marzo de 2013

Nada.

No hay nada tan frágil como los nuevos sentidos (viejas sensaciones) del mes dos ni nada tan serio como sus patas de gallo en esa foto. No hay nada tan triste como escribir cuñas para Spotify, sabiendo de antemano que las vas a odiar para siempre.

No hay nada –pero nada- tan sórdido como un ministro del Interior.

No hay nada tan grande como la primera cerveza después de un día especialmente difícil. No hay nada tan débil como un gremlin frente a un Jack Daniels ni piel de gallina más real que la que pone una nueva canción que se cuela en el panorama como hacen las grandes canciones: con alevosía, de repente y a traición.

No hay nada más jodido que una página en blanco, ni tampoco nada más sagrado.

No hay nada peor que la absoluta falta de voluntad para con según que cosas. No hay nada tan especial como un par de palabras que vuelan ni nada más frustrante que la impotencia, especialmente en un campo de fútbol. Nada más leve que la mirada que pone el punto final a una historia insoportable. Nada más gracioso que cualquiera de sus chats delirantes. Nada que desquicie más que una noticia a destiempo, cuando menos la esperabas.

No hay nada, y esto es una certeza, un axioma, una verdad incuestionable, más incompatible con la depresión que unos berberechos en una terraza bajo el sol.

No hay tan dulce como la sensibilidad de tres o cuatro músicos que escriben. Ni tan divertido como las resacas con la rubia. Nada tan poderoso como un verso crucial. No hay nada más sobrevalorado que Cesc o Murakami. Nada tan hipócrita como la Iglesia ni tan descorazonador como la fe. No hay nada tan macarra como las escenitas que me monta bajo la ducha ni nada tan inhumano a la vez. No hay nada más adictivo que las historias que llevan la firma de Enric. No hay nada más impresionante que míster-dos-palmos-Fassbender, o quizá sí: la sonrisa del propio Fassbender.

No hay nada más tremendo que ver como poco a poco las tardes se alargan. Nada tan emocionante como plantear la siguiente huida. Nada tan irresistible como según qué textos. No hay nada más gris que la sección de economía y nada más desesperante que el maldito insomnio. No hay nada más definitivo que sus manos ni más tentador que sus ojos.

No hay nada más excitante que la otra noche con él ni tampoco nada más inesperado. Nada más ridículo que los tomas y dacas a posteriori muertos de la risa, uno en Boston y otro en California. Nada más implacable que las confesiones y nada más reconfortante que 92 minutos de fútbol del de verdad.

No hay nada más cruel que las malditas corrientes migratorias. 
Ni nada más bonito que ver llegar, con una caña en la mano y presintiendo que habrá que atarse otra vez los cinturones, la bendita primavera.

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