A septiembre se lo coge
por los cuernos o no se lo coge, porque es cabrón, despiadado, traidor.
Septiembre es básicamente celebrar mucho la vuelta del futbol (que no la del
cole; hola, Neymar) y beber lo bastante como para olvidar que anochece cuando
menos te lo esperas y que pasarán muchos meses hasta que vuelvan los road
trips, el salitre y el sol.
Septiembre es pensar un
poco menos en ti porque, y no sé si alegrarme o no, no llegamos a vivir ninguno
juntos. Es seguir devorando libros sin piedad, por más que cueste tanto
levantarse al día siguiente. Son las cenas de bienvenida a todos los que van aterrizando
en la ciudad. Y es también engañar al alma poniéndose una prenda más de ropa
cada vez, una y sólo una, como disimulando, para que el día que tengamos que llevar jersey no nos tiremos por la ventana de la pena.
Septiembre es para los
valientes. Para los que piensan eh, será divertido, y no será igual y viajar a
morir de frío también vale y pasear por ferias navideñas de ciudades
desconocidas es bonito y si la cosa se pone fea siempre quedará pensar que como
todo el mundo sabe, los rusos los primeros, los cócteles de alcohol e
hipotermia siempre han sido certeros, infalibles.
Septiembre es un regalo
que aún conservo, una canción recién llegada, el recuerdo de un olor en una
playa. Es buscar una cabaña en Villacarriedo o el Empordá por si hay que
ponerse serios. Es largarse a Madrid en tren para escapar. Hacer un poco el
tonto por aquello de no cejar. Es campañas, baloncesto, nostalgia de
zamburiñas, es más vino, es más Camba, es la lluvia, el gallo rojo y los
conciertos.
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