martes, 16 de julio de 2013

Rock&roll

Por si a todo esto le faltaba rock&roll, llegó una gastroenteritis. 

De ahí al Betty Ford, como no podía ser de otra forma, mediaron un par de días de curro infernal y algunos litros de suero fisiológico.

Los últimos meses se aparecían como fotogramas en una moviola enloquecida: el desayuno after primavera, la barbacoa en modo Rihanna, los recién llegados, las despedidas, el domingo por bulerías, las horas extras tras el Cruïlla, el jueves de baretos de arrabal por la Verneda, las petacas, las paellas que tornan sardinadas, la canción sonando en bucle, la que hubo que parar, las campañas rebeldes, las insumisas, los mejillones, las terrazas, Rodríguez, el Sónar, el japonés. 

El modo random más activado que nunca y sin cables rojos por cortar. En el horizonte, un remolino. Una espiral. Algo suicida, salvaje, animal.

Así que hubo que temer por la vida de la artista, buscando un freno de mano regio, amplísimo, a estrenar. Las pistas de aterrizaje colapsadas. La niebla invadiéndolo todo. Las reservas de batería en reserva, sindiós ni batería. 

El único tratamiento posible era de choque. Sin autos, claro. Pero sí con libros, toneladas de zanahorias, películas, memoria, una piscina.

El resultado, a falta de biopsia en forma de cumpleaños gitano, parece satisfactorio. Por lo demás, seguiremos informando. Doblegados, quizás, pero informando.

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