lunes, 21 de septiembre de 2015

Las manos fuertes.

Son las 5 de la tarde y lleva más de dos horas inmóvil, en la misma posición exacta, ligeramente inclinado hacia la derecha en la butaca. Nadie sabe en qué piensa, si es que piensa. Sí que oye lo que pasa a su alrededor. Ellas dos trastean, se gritan, suben todavía más el volumen de la tele: lo de siempre. Le miran a menudo o comentan algo sobre él, que se ha vuelto el centro de todo. Lo de siempre.

Tiene muchos cojones haber tenido 13 hermanos y haber perdido a seis de niño. Pero tiene más tela todavía haberles sobrevivido a todos y no acordarse de ninguno. Y eso que les cuidó cuando sus padres se marcharon y esa infancia le dejó un rictus que nunca le abandonó: una austeridad rígida y terca que solo se relajaba cuando le decía que había sacado sobresaliente. Entonces suavizaba un poco el gesto y me daba la mano, fuerte. Como si yo fuera un hombre y no una niña, fuerte.

Son las 5 de la tarde y hace al menos dos años que no reconoce a nadie. Ni a su mujer ni a sus hijos ni a sus nietos, a nadie. Desde hace meses, apenas fija la mirada y tiene que comer purés y beber agua con espesante, para no atragantarse e infectar sus pulmones maltrechos. Si no se mueve se le llena el cuerpo de llagas y si lo mareas mucho se queja pronunciando sonidos incomprensibles. Se hace difícil acertar, pero se intenta.

Tiene muchos cojones haber nacido en Córdoba para emigrar a Gijón y de ahí a Catalunya. Significa algo así como no haber sido realmente de ninguna parte. Tal vez por eso no se ató a nada, y ese desarraigo fue una seña de identidad que llevó siempre con él. No tuvo demasiados amigos ni fue especialmente cariñoso con nadie. Era generoso, eso sí: “no se dice quieres, se dice toma”, y el acento andaluz impresionaba. Partía los caramelos con el cuchillo porque eran demasiado grandes para unas manos tan pequeñas. Jugábamos al dominó –a la garrafina- y me trataba como a cualquier otro hombre del bar. Su Torres 10, mi Fanta, y veinte duros encima de la mesa que iban a la hucha al final de las partidas, por mucho que siempre me ganara.

Son las 5 de la tarde y hace semanas que alguien dijo que ya era cuestión de semanas. Ahí está, inclinado a la derecha en la butaca, mientras el tiempo pasa y se va difuminando sin remedio. Duerme mucho, cada vez más, es muy raro que sonría. Solo sigue apretando la mano cuando se la das. La aprieta fuerte.

Barcelona, a 21 de septiembre. Día Mundial del Alzheimer.

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