miércoles, 3 de febrero de 2016

La fe

Es un miércoles cualquiera pero no lo es, y además Leila escribe hoy sobre la fe. Ella habla de una escena muy concreta de hace años; yo pienso en ella bastante a menudo. Será porque siempre necesité creer un poco, autoconvencerme, tirar. Será porque me ayudó a andar cuando me parecía una hazaña imposible.

La fe en que la pollería de debajo de casa siguiera abierta aunque fueran las nueve y veinte: pasar por delante y que lo estuviera. La fe, cada vez que llevamos días dándole vueltas a un maldito brief, obligándonos a recordar que siempre sale y siempre sale. La fe, para creer y seguir apostando por más que hayamos tocado fondo, para ver esa pequeña grieta por donde sigue entrando un poco de luz. La fe en que si no nos mata, incluso la mayor atrocidad nos hará más fuertes. La fe como único motor posible para cualquier remontada, y en especial para las mejores. La fe en uno mismo, por lo que un día fue, por lo que será: hasta que se demuestre lo contrario, y es que nunca se demuestra lo contrario. La de alguien en ti incluso en tu peor momento, viendo la peor de tus caras, sufriendo por tu culpa, por tu horror. La fe, que nos hace seguir escribiendo cuando la esperanza manda morder el polvo. La fe en unos ojos, en unas manos, viviendo allá al fondo donde las entrañas. La fe en que ella estará siempre al otro lado cuando yo baje de mi tren. Y en que estarán ellos. La fe como el único revulsivo posible. En las personas, en nuestros propios pasos, en los diminutos instantes de amor y en los inmensos fracasos. En que entre mil posibilidades, siempre exista una, mágica y heroica, de que todo termine por salir bien.


Es un miércoles cualquiera pero no lo es, y ahí sigue a pesar de todo. La fe. Tendría que pasar algo muy muy grande para perderla. O ni siquiera.

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