miércoles, 17 de febrero de 2016

Nadie sabe.

Nadie sabe hasta qué punto la ansiedad batalla contra la ilusión.
De una vida bonita, sosegada.
De hasta aquí he llegado, viví lo que me tocó.
Luego me planté y esto me vale.
Y salir a andar los sábados, a tomar una copa los martes.
Pronto, para volver a casa pronto.
Y ver las ciudades del mundo y oler el salitre y engullir el mar.

Nadie sabe hasta qué punto la frustración amenaza a la fe.
De creer que se puede, que elegiste bien.
Que si empezó difícil solo tenía que aprender a ser suave.
Despacio, para que no doliera.
Y coger un coche, un tren, un botecito sin remos.
Y dormir como un par de lirones en celo.
Exhaustos, con los párpados cerrados al fin en algo de paz.

Nadie sabe hasta qué punto la pena amordaza la fuerza.
Para llegar a ver, algún día, un horizonte azul: despejado.
El gong final del combate final callándolo todo.
Tal vez solo se oigan susurros. Los pies a dos palmos del suelo.
Y respirar de nuevo. Brindar como antes. Cantar bien alto.
Y querer y reír bien alto también.

Nadie sabe hasta qué punto, ni cuándo ni cómo ni cuánto.

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