lunes, 17 de marzo de 2014

Leila.

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Háganse un favor: lean a Leila Guerriero.

O no la lean.

Porque si lo hacen se les olvidará el mundo: que es lunes, que hace mal día, que se jodió la lavadora, que les abandonó la mujer o que tienen una resaca maquiavélica, infernal, infinita; y eso puede entrañar un peligro brutal. Si leen sus crónicas aprenderán cosas (más o menos útiles, eso qué importa), pero es que a la vez escucharán música, intuirán la poesía de quien habla claro pero también habla lírico, recordarán historias antiguas y puede que alguna vez se vean a sí mismos en un entorno como los que describe: hermosamente real o aterradoramente real; y es probable que todo eso junto les supere. Si la leen verán películas y descubrirán –y será una revelación- lo que es el ritmo y se emocionarán. Si leen lo que Leila escribe querrán casarse con ella y hacerle siete hijos y será una pena, porque ella no quiere lo mismo, pero eso solo lo sabrán cuando la conozcan. No la lean, porque si lo hacen casi todo lo demás les empezará a parecer vulgar, de repente anodino, quizás ilegible. O sucederá algo incluso peor: que se pregunten qué están haciendo con su vida, por qué tantos síes que deberían ser noes, que cuando todos preguntan ‘por qué’ hay quien se plantea ‘por qué no’, que las puertas que se cierran hay que abrirlas sobre todo a patadas, que el talento no depende de su cartera de contactos, que a veces hay alguien al otro lado que es capaz de detectarlo, etcétera. Si la leen prepárense, porque puede que ella les descubra a Pavese, o a Caparrós o a Kavafis y de repente en vez de un problema tendrán cinco o seis, porque se les habrán multiplicado, los muy malditos.

Lean a Leila Guerriero y pregúntense qué han estado haciendo hasta ahora. O todavía más grave: qué han estado leyendo. Luego prueben a escribir mejor, porque escribirán mejor.

O no la lean.

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