viernes, 7 de marzo de 2014

Instrucciones para coger un avión.

Si el día tal hay que coger un avión, yo la noche anterior llegaré a un bar, me sentaré y diré -lo diré convencida- que me tomo una y que tiro para casa a hacerme la maleta.

- Me tomo una y tiro para casa a hacerme la maleta.

Y lo más probable es que el personal haga como si oyera llover.

Y después de esta primera vendrán 4 o 5 más y después aparecerán unos 570 motivos por los que celebrar, brindar y cantar Asturias patria querida, así que tocará tomarse unas rondas de chupitos de, pongamos, licor café, que nos cuadra por aquello de estar también al norte. Luego, ya envalentonados, pediremos una copa, que se multiplicará a su vez como los panes y los peces. Y llegaremos a casa como por obra del espíritu santo, siempre tan piadoso.

Así que al cabo de unas horas (más bien pocas) yo abriré un ojo y tendré una resaca seria, cuantitativa pero también cualitativa, como de categoría especial. Ni rastro de maleta a la vista, claro, así que la haré con la agilidad que me dará el estupendo bombo que tendré por cabeza. Y me dejaré la mitad de cosas, o la haré de tamaño sobrehumano, y de cualquier modo me pasaré el día preguntándome si llevo el dni, ropa interior, el cargador... -este tipo de cosas- como en bucle infinito.

Y embarcaré queriendo meterme en la cama a hacer una siesta, y desembarcaré queriendo meterme (aún más) en la cama a hacer una siesta y no será hasta la tercera caña en destino que vuelva a creer -un poco, lo justo- en mí misma. Porque para que yo duerma en un avión se tienen que alinear diecisiete planetas.

Y esto siempre ha sido así, tal cual: es algo que se rige por una lógica perfecta, es brutal, es matemático.
¿En serio iba a cambiar hoy?
Gra-na-da.

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