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Y retorcerlo hasta que deje de doler.
Qué manera de fijarnos
en las cosas que no tenemos. Mientras las que sí se nos escurren como
sanguijuelas de las manos. Y luego es demasiado tarde; siempre es demasiado
tarde. Tan poco control sobre la angustia que es profunda y es feroz, campando
a sus anchas por el pecho día y noche, jugando al animal malherido que es. Y la
imperiosa necesidad de reventarlo todo y salir corriendo cuando lo que hay
fingir es justo lo contrario. Fake it
until you make it. Respirar hondo, todavía más, cuando habría que escribir
acompasado. Y convencerte de que serás más fuerte o no serás, que nada es jamás
tan grave. Apretar los párpados, de nuevo convertidos en metralla. Cuántas
veces susto, cuántas veces miedo. Que rendirse, otra vez, no se contemple como
opción. Y que el rímel, otra vez, se vaya al mismo carajo. Dormir como un
espejismo, la posibilidad de una isla. Todo aliñado con una infinidad de
campañas absurdas. Con él que se muere. Bajo la atenta mirada. Ay, la
incondicionalidad. Una canción. Las mandíbulas apretadas, como los puños. Y un suspiro más: otro.
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