Me siento a veces en sus
rodillas, y entonces hablamos bajito. En el momento no; pero luego, vista desde
fuera, la imagen provoca en mí algo peligrosamente parecido a la ternura. En mí,
digo; con lo que una ha sido.
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Recuerdo tener 20 años y
aguantar 16 horas seguidas trabajando como si nada. ¿Hasta las 3 de la mañana?
Dale. ¿Y al salir unas cervezas? Venga. He visto a héroes en Troya flaquear más
que yo en aquella época. Jamás –pero jamás- estaba cansada. Las resacas me
duraban diez minutos, tirando largo. Ahora, tratando de mantener la misma
actitud (esa de meterle mano a la vida y no parar hasta caer rendida, etcétera)
me doy cuenta de que esa plenitud hace rato que se fue. Ahora, si paso
demasiadas horas delante del ordenador se me cansa la vista y me medio mareo.
La primera cerveza ya no me recompone, dejándome nueva y perfectamente lista
para la próxima jarana. Mi dolor de espalda, a ratos, roza el nivel catástrofe
natural -alerta roja. Cuando llevo días bajo presión, puedo sentir mi cerebro
estrujándose como una bayeta amarilla. En fin, todo un desastre. Y claro, no
tengo palabras para expresar cuánto llego a echar de menos a la tipa
indestructible que un día fui.
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También echo de menos
esa forma de ir a conciertos. Entrar a la sala y pedir una copa que, de puro
milagro, se multiplicaba. Canturrear, bailar, sentir el amor absolutamente
amplificado, descubrir a los mejores teloneros ever, suplicar los bises, saltar,
abrazarnos. Ese tipo de estado, ese tipo de cosas. Salir a cenar después,
claro, con los garitos ya cerrando y coger un taxi hechos polvo pero eufóricos,
como si hubiésemos salido a cantar nosotros. Haciendo de cada directo una final
de la Champions. Jugándola de la única manera posible, como si fuéramos a
colgar las botas a final de temporada. El final de temporada, por supuesto, terminó llegando. Lo que decía: ese
tipo de estado, ese tipo de cosas.
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A pesar de todo, la vida
me está enseñando (a menudo a hostias) que crecer no siempre implica crecer, y
yo sé lo que me digo. Que puedes tener 60 tacos y volver a dar un triple salto
mortal, con el alma tendida a la intemperie, a merced de todo tipo de argumentos hollywoodienses –o de telenovelas sudamericanas heavy metal.
Con 60 o con 85, que se dice pronto. Para mi perplejidad, porque yo antes creía
que esto era una cosa de adolescentes, que a mi edad uno no se embarrancaba o
si lo hacía era estando en las últimas. Ja. Ja y ja. Que básicamente es todo lo
que puedo decir al respecto.
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Sobrevuelan, como
siempre, las canciones. Balbucean, famélicas, recién levantadas.
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