lunes, 2 de abril de 2012

la revelación.

Te ha empezado a entrar miedo. Estás ahí tumbada y de repente lo sabes. Como una revelación. Te asusta que sea verdad que no va a cambiar, qué niño ni qué niño muerto. Entonces te ves en 2, 5, 10, 15 años y con estos pelos. Porque (y de esto te diste cuenta hace mucho tiempo) para ti es irresistible. Eso significa que no vas a poder luchar contra ello. Y piensas que es jodido, y que la adicción al veneno nunca fue más tremenda y más real. Porque si esto no logra detenerlo no habrá nada en el mundo que ponga el punto y final, ese al que no le siguen los malditos suspensivos.

Para colmo ahora haces yoga. Pero cuando se lo cuentas te da la risa. Porque donde tú ves serenidad y paz interior (y ahora mismo estás tratando de escribirlo con toda la dignidad posible) él se imagina las más increíbles posturas. Menudo bicho. Tú te descojonas, simplemente porque no puedes hacer otra cosa (y porque probablemente nunca podrás).

Y habla por los descosidos, y tú, sentada al lado, los 2 en modo sofá a estas alturas, a estas horas de la madrugada de un jueves de primavera, le miras y aún no sabes que la revelación te asaltará en unas horas, dejándote paralizada. Y empiezas a asimilar que es probable que ya nunca tenga que llamar dos veces. Y que igual tienes que dejar de cerrar la puerta tras él.

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