jueves, 24 de marzo de 2011

Decálogo freestyle para una primavera inhumana.

Uno. Los días empiezan con una explosión animal de luz acompasada con el despertador. Y entonces un par de párpados se abren, y la ducha al sol, y el café al sol, y la resaca jode menos y el alma se sale por alguno de los cuatro balcones. Todo apunta a que es primavera.

Dos. Entonces, después de un día entero sepultado por las campañas y lo que hay antes de las campañas y después de las campañas y en mitad de las campañas y más allá de las campañas, al salir a la calle todavía no es de noche. Las cervezas molan el doble. Y los gatos, aunque no sean pardos, molan el doble también.

Tres. La primavera es para las paellas que se nos van de las manos a la segunda botella de blanco, por favor. Me lo enseñó él, en un órdago al mus que mandó para siempre mi hígado al infierno. Hizo tan mal. Fue tan bonito. Vamos con el tercer gin tonic.

Cuatro. Sant Jordi o el día más tremendo en el mundo. La vida con flores y libros por todas partes sí puede ser maravillosa.

Cinco. El viaje a los impulsos del año: Semana santa. Granada, Cádiz, Estambul... los conquistamos. ¿Vamos con un Cabo de gata? Por el caña-tapa, por la Isleta, por el chiringo de las Negras y las duchas colándonos en el cámping de las Negras, por los festivales electro-pasados de vueltas. Por la playa, de noche, aquel día, también.

Seis. El primer baño. Cuanto antes mejor. Borrachos, vestidos, desnudos, bailando, whatever. Si vives en la meseta ya es la hostia. Llegar a casa por la puerta grande y tirarte de cabeza. Yo nací en el Mediterráneo and so did King Kong.

Siete. Los festivales, especialmente los homónimos. Las sobredosis de conciertos o tres días que se convierten en la locura más grande del mundo.

Ocho. Porque si es perfecta difícilmente será inhumana. También suenan canciones tristes y mueren gatos inocentes en primavera, no nos olvidemos.
Libro recomendado a tal efecto: Primavera con una esquina rota, de Benedetti.

Nueve. La luz de Madrid ahora. No tiene precio. Morirse de risa en el Retiro. Tampoco. Ni las cañas en su bodeguita molona. Ni los domingos en la Latina. Hay que poner en marcha el modo carretera y top manta pero ya. Y hacerlo como es debido.

Diez. Acompañar al pequeño y a la fiera parda a la playa. Dejarse ganar (cada vez menos) a las palas. Porque es un máster. Dejarse salpicar por las olas y acordarse de la sed de las olas. Necesitar un bloody mary urgentemente.

Once. Coger el coche un día tonto y largarte a la Costa Brava. Al hotel de las noches perdidas o más allá. A tener que abandonar el coche después de una comida por no destrozar alcoholímetros en modo holocausto.

Doce. La Feria de abril. Bendita sea. Fino, y rebujito y un ejército de dementes con botellas de vino en el bolso y torero y el muerto vivo y qué tendrán esos ojitos y el ataque de amor porque ya han pasado 10 años y no se nos ha olvidado ni de coña.

Trece. Que perder la primavera signifique que ha llegado el verano. Insuperable. The end.

(Bonus track. Y no sé qué diera por tenerle ahora mismo, mirando por encima de mi hombro lo que escribo...)

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