martes, 7 de junio de 2016

Hay que leer.

Hay que leer, y dicho esto todo lo demás pasa al departamento de lo negociable.

Hay que leer para estar cuerdo, para no llorar, para enloquecer, para compartir. Porque leyendo he estado más cerca de otra persona que de ninguna otra manera, porque siempre quedarán los libros que vivimos juntos, porque hay ideas maravillosas por ahí escritas que toda la gente a la que quiero tiene que conocer y conocer ya. Porque leyendo casi nada importa.

Así que me da igual que no sea Sant Jordi y que esto no venga a cuento, y que todo el mundo vaya a hablar del anuncio del verano, porque esta lista había que hacerla.

Hay que leer Rayos, de Miqui Otero, porque el humor y la ternura nunca centellearon tan bonito.

Hay que leer Yo te quise más, de Tom Spanbauer, porque pocas veces un tipo escribió tan peligrosamente como él.

Hay que leer El bar de las grandes esperanzas, de J.R.Moehringer, para entender que todo lo que hemos perseguido siempre puede estar precisamente hay ahí a al lado, aunque cueste un poco verlo.

Hay que leer a Knausgard; para mirar el miedo a la cara y que joda un poco menos.

Hay que leer Instrumental, de James Rhodes, y así no olvidar que la redención existe por amargo que llegue a ser el trago.

Hay que leer a Lucía Berlín y que la valentía y la compasión y el fracaso empiecen a sonar de otra manera.

Hay que leer Stoner, de John Williams, para comprender que el sentido de la vida puede contarse en voz bajita y aun así estremecer.

Hay que leer porque ahí está todo: la rabia, la pena, las mierdas, los sueños, la luz, el dolor, el amor. Y porque tanta honestidad junta merece ser compartida. Quien lo vivió lo sabe.


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